miércoles, 18 de abril de 2012

Memorias De Un Clásico Traductor

            No me fue difícil hacerme con el siguiente proyecto de cierta compañía editora, afín a la cristiandad, para la que, en ocasiones, trabajo. Tengo fama de ser un buen traductor. Serio, eficaz. A veces, o muchas, no es fácil traducir textos escritos por pretendidos literatos, y no digamos historiadores, que ni siquiera entienden lo que escriben (éste el verdadero cáncer que asola el mundo de los clásicos literarios). Pero yo les ayudo a encontrar el camino, el equilibrio. El necesario entre la verdad lingüística, y la que interesa en cada momento. Ésta última, fácil de aprehender para un lector demasiado acostumbrado a ella, hoy no nos interesa. O quizás sí. Sin embargo, ¿cuál es la verdad lingüística? Vamos a sumergirnos en este concepto tan olvidado hoy en día en las facultades de traducción. 

            Aclaremos conceptos mediante un ejemplo de manual. Véanse las opciones (originalmente en lengua griega).

            1Esta tarde Jesús ha multiplicado panes y peces.
            2Ayer por la tarde Jesús multiplicó panes y peces.
            3Jesús ya había multiplicado muchos panes y peces para cuando sus colegas aparecieron con una ánfora llena de vino tinto.
            4Jesús multiplica panes y peces cuando quiere.

            Se abren muchas variantes para un traductor, que imaginemos, quiere elegir una de las cuatro posibilidades con las que se enfrenta. La opción tercera es la que más verosimilitud aporta (hay incluso testigos). La primera también es bastante creíble. Pero no tanto la segunda; la gente tiene muy mala memoria, y escribir sobre algo que ocurrió ayer respecto de esta tarde es muy diferente (y más si ha habido vino de por medio). Desde luego la cuarta versión es la menos creíble (y la que sin embargo mejor ha colado con el tiempo a menor número de detalles espacio-temporales, más elasticidad lingüístico-mental).

            Lo peor es que, siendo sinceros, lingüísticamente, ninguna de las opciones es correcta. Nadie multiplica panes y peces, porque es semánticamente imposible. En griego también, claro.

Se me ocurren una serie de excepciones contextuales (que tampoco eximen de culpa al autor del texto original, pues bien pudiera haber añadido algún tipo de nota explicativa a pie de página, o en un apéndice):

la posibilidad de vivir en un lugar en el que la pesca y el maíz o harina sean tan abundantes como para llenar en un momento una desierta mesa de panes y de bichos mientras los invitados se quitan la camiseta porque hace mucho calor (mirando hacia otro lado).
la posibilidad de que en ese lugar se califiquen como panes y peces a objetos u animales que hoy en día no son tales. Por ejemplo, pan=piedra, pez=avispa. (Jesús empezó a lanzar pedradas contra la multitud con la mala suerte de que una de ellas dio a parar en un enjambre de avispas).
afinando un poco más. Sólo hay un pequeño porcentaje de la población que considera a los panes piedras, y a los peces, avispas. Por las causas que sean: tráfico ilegal de piedras, propiedades curativas del veneno de la avispa, etc… Así, la versión cambia dependiendo de quién relate los hechos.
rizando ya el rizo. El tipo que ha perdido un cargamento de piedra, o de veneno, ha salido tan mal parado en el negocio que traiciona a sus iguales semánticos, y pasa a pensar (en verdad que ha perdido una pasta) que con lo que él mercadeaba era pan, y no piedras. Que el guardia que le confiscó su pesado cargamento lo que realmente hizo fue robarle un puñado de pedruscos de pan viejo, solo aptos para hacer sopas de ajo. O que el funcionario de turno que se quedó bajo manga con los aguijones de avispas en realidad lo que hizo fue quitarle las espinas que tenía para cenar. Desgraciados hombres de comercio, pobres, y encima, traidores. Enfadados, dieron a conocer al pueblo que, de repente, alguien tenía un montón de pan y pescado en cierta casa. En la que pillaron desprevenido a Jesús, que fue allí solamente para saludar. Policía y funcionario se libraron de la acusación. Pero hete aquí que el pueblo, harto de los efectos de las piedras en sus ánforas y vasijas de barro, y de los de los aguijones en sus traseros, finalmente accedió a dar por cerrado el caso, e inventarse directamente la versión de que Jesús lo había robado todo.
y, acabando con el caso, y como nadie tampoco quería ponerse a malas con Jesús, alguien terminó por pensar que aquello fue un hecho súbito e inexplicable. Y todos bajaron al río a zamparse el botín.

¿Qué puede hacer un traductor ante semejante cadena de excepciones? Su deber es policiaco. Debería preguntar por su cuenta, en ese mismo pueblo, nuevas versiones de los hechos. Algo imposible, por cierto. Por lo que al menos debería investigar al autor del texto, y saber más sobre sus posibles inclinaciones hacia la verdad que interesa, o hacia la lingüística. Si esto no es posible, por razones temporales, al menos debería estar dispuesto a estudiar como un cabrón diez horas diarias de historia durante seis meses para saber defenderse de las futuras acusaciones de malinformar a sabiendas.



Como vemos, traducir es difícil. Pero llegar a la verdad lingüística es prácticamente imposible. Lo mismo para un autor literario. Por lo que leer un texto que tenga más de treinta horas de vida, a la velocidad con la que va el mundo, puede simplemente significar que ya no signifique nada, o todo lo contrario. Dejando esta nota aclaratoria, me curo en salud, y les hago un favor a mis propios y futuros traductores. De paso, aclaro que curarse en salud respecto a este texto significa, que, hoy, 18 de Abril, después de 2012 años del nacimiento del tal Jesús, a las diez menos cuarto de la mañana, el autor no responde de él, de lo que pueda significar dentro de un rato, de un año, o de un milenio. 

Otro día, a ver qué tiempo hace, me puedo animar a escribir un texto que nadie entenderá hoy, pero pudiera ser que lo entendiera alguien mañana. 
           
by George R.

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