Hace poco he terminado de leer una serie de ensayos de E.M. Forster sobre diversos aspectos de la novela. A pesar de que no comparto sus críticas literarias (sus desaforados ataques contra Walter Scott me parecen típicos de un reaccionario inglés; alaba a su vez a contemporáneos suyos que hoy en día sólo deben leer los profesores de literatura inglesa de Cambridge—Arnold Bennett, por ejemplo—), Forster acierta a darnos unas claves sencillas, pero muy útiles sobre el cuerpo de una novela, y entre otras cosas, acerca de lo que es contar una historia, y de lo que es un argumento. Dos aspectos que son diferentes.
Llevo sus ideas al cine. Y, en concreto, al género giallo (que supongo que no necesita mayor presentación, pero sí un poco de mejor publicidad).
Tampoco es que vaya ahora a descubrir la pólvora, entiéndase, pero al menos, los aficionados a contemplar estas películas italianas quizás podrán descansar más tranquilos esta noche. Rimboccando le coperte.
Algunos aficionados al cine de terror, críticos del giallo, se quedan a las puertas de este género proclamando una y otra vez que estas películas carecen de un argumento concreto, que son un sinsentido argumental. Que no son sino una concatenación de asesinatos que se cometen sin sentido alguno. Una explotación alevosa de las herramientas que ofrece el cine: una cámara, un decorado, una determinada actriz (o a veces actor), música, iluminación, etc..., según calidades, of course! Otros dicen de disfrutarlas, en su mayoría adolescentes, al ver diferentes crímenes, a cuál más singular, o cruel (como era mi caso hace años), y se contentan con esto. Que ya es algo.
Voy a escoger un caso atípico entre los giallo: “Un hacha para la luna de miel”, (Il rosso segno della follia, 1970, Mario Bava). Atípico porque desde el principio se sabe quién es el asesino. Un tipo que dice estar loco, y que de vez en cuando, no le queda más remedio que asesinar a bellas jovencitas. ¡Vaya manera de empezar una película! ¡Si ya sabemos quién es el asesino en el primer minuto! Aquel ejercicio de Hitchcock con “Psicosis” se queda en algo casi como de amateur.
Vayamos al quid de la cuestión. Aún conociendo al asesino, podemos dejarnos llevar por la historia que se cuenta. Tras una monada asesinada, a la manera que haya preferido Bava, vendrá otra. Y luego otra. Y otra. La historia es tan simple como ir a pescar al río; con suerte, los peces pican. Surgen preguntas. ¿Cuántas chicas serán? Si alguien se queda sólo con esta cuestión, es que sufre de algún retardo, o problema sensorial. ¿Cuándo y dónde? La cosa mejora. ¿Cómo? Nuestras neuronas ávidas de disfrute estético nos hacen pulsar el botón de retroceso de nuestro mando a distancia. Contemplar de nuevo la escena. Sólo con el “cómo” el giallo cumple de sobra como película, y nos hace pasar un rato de lo más entretenido. Algo que no se puede decir de las de vaqueros e indios. Siempre es con bala, o flecha; o como mucho, con hacha. Y, generalizando, las de policías y ladrones, héroes y antihéroes, ¡ay!
Pero queda la pregunta más importante: ¿Por qué? Esta es la base del argumento, que no de la historia que se cuenta en un giallo. Bava en “Un hacha para la luna de miel” no hace descansar a su personaje hasta que descubre por qué se ve obligado a asesinar. Entonces, sufre su particular condena.
Y parece tan fácil de lograrlo sobre el papel…
Cualquier giallo cumple con esta premisa. Así, en los años setenta, el público se alimentaba tan ricamente de estas películas, en los cines comerciales, porque entendía su cometido. Vinieron los años 80, y muchas cosas tan básicas como la que intento explicar se fueron a tomar vientos. La pregunta del “¿Por qué?” desapareció de las pantallas. Ya no hacía falta dar explicaciones. Se supone que el asesino mata, y ya está. Al parecer, las películas colaban igual, por lo que mejor no enredarse en pautas de pensamiento, en causas-efectos. Y si se llega a alegar algún motivo, éste suele resultar externo, por no decir globalizador; como si parte de la culpa la tuviera el público. En el giallo, el asesino sufre de un complejo claramente interno, heredado, o bien aprendido en familia. Y la madre siempre, o casi siempre, es el origen del mal que surge en el hijo. Que por algo son películas italianas. Hitchcock sabía algo de todo esto. Los americanos copiaron una vez más el modelo, o mejor, la carcasa, la estructura, la caja de cartón que lo envuelve, pero sin ningún éxito (con la excepción de John Carpenter /“Halloween”). El mejor horror que viene de América, sin embargo, procede del bosque. O procedía, hasta que lo deforestaron del todo.
Evviva il Giallo! Espero haber convencido al menos a las asociaciones que defienden el concepto de familia. Sin ella, nos quedamos sin él.
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