viernes, 6 de abril de 2012

At The East Of The Mountains Of Easter

           Es sobradamente difícil expresarse con esta canción que retumba en mi cabeza. Y, ¡oh!, tú, lector, ¿qué estarás escuchando ahora mismo?

           Lo importante es que sea algo espontáneo (espero al menos que no sean los Beatles). En el futuro que se acerca hacia nosotros, poco a poco, sin prisa pero sin pausa, lo de menos es el propio futuro, y el nosotros. ¡Abajo con las utópicas distopías! Las madres darán doble ración de besos a los bebés que se meen en mitad del concierto.

            Escribo esto después de leer una interesantísima historia que he escuchado en una cadena de radio jordana (no siempre va a ser la BBC la fuente de mis recursos).

            Al parecer, en un pequeño pueblo de Jordania, tras una proyección de una película en el cine-club local, se formó una pequeña secta de seis personas (todos varones). La base de su nuevo credo era lo crudamente espontáneo. Sus esposas fueron las primeras que empezaron a sufrir los enormes cambios que conllevaron la nueva creencia. Un calzoncillo en la sartén; mantequilla en la jabonera, como se suele decir.

            Todas las religiones, nuevas o viejas, aparte de poseer una base filosófica, deben nutrirse de la velada amenaza de un final más o menos feliz. Es como ver una película. Uno espera. Primero: que se acabe. Segundo: bien o mal. Tercero: rezar para estar de acuerdo con lo que sucede al final.

             La película que se proyectó fue "Seis Mujeres para el Asesino", un clásico del cine italiano, Sei donne per l'assassino.

            El grupo de varones, al salir de la sala habló, y mucho; bajito, por si acaso. Avergonzados de haber visto la película decidieron suicidarse. Y lo que hay que destacar por encima de todo es el método que eligieron para llevar a cabo su escolástica misión.

            Quien de los seis, y recuerdo que eran seis los hombres que se reunieron, hablaron, y formaron la nueva religión, que primero viera otras cinco veces la película (haciendo así un total de seis), tendría el derecho a matar a uno de sus nuevos colegas de credo. Tras lo cual, y transcurridos seis meses, habiendo hecho un nuevo recuento de visiones de la película, y sin que ninguno de sus amigos del alma hubiera llegado también al mágico número de seis, el primer asesino podría cobrarse otra víctima. Armas: a elegir entre cuchillo, hacha, o martillo. Mejor de noche. Lo óptimo: acercarse al goticismo de Mario Bava. Lástima de que en Jordania apenas llueve, o truena, y no hay setos tras los que esconderse. Todo no puede ser, decía el locutor de radio. Y qué razón tenía.

            Lo más importante aún resta por aclarar. La base, el cimiento, el sostén de aquel acuerdo tomado en las aceras del pueblo, al dejar las puertas del cine club.

            Alguien pensará que lo más fácil hubiera sido conseguir como fuera una copia de la película, y verla cinco veces seguidas. Quien antes terminara, antes liquidaría aquella especie de apuesta. Las religiones, también, además de ser películas con las que uno normalmente no está de acuerdo, por muy buena que esté la actriz principal, no dejan de ser apuestas. Están perdidas de antemano, pero se adaptan muy bien a la idiosincrasia humana. Si yo apostara ahora a que Shakespeare escribió "La Isla del Tesoro", tendría mis seguidores, fieles hasta la muerte. Pero, tranquilos, esto lo dejo para otro día. Me debo a la historia de la radio.

            Lo más importante, como decía al principio, es la espontaneidad. Aquellos hombres jordanos podían ver la película únicamente si se encontraban con ella de forma espontánea. Imaginemos que uno de ellos está rebuscando en un contenedor de basura, y de repente, como salido de la nada, se encuentra con un viejo vhs de "Seis mujeres para el asesino". ¡Qué suerte! O, de viaje a la capital, acompañando a su hija por trámites de separación, repara en que hay un festival de cine italiano, en el que se programa, más allá de la medianoche, esta película. O, si por algún casual, el programador de la televisión oficial se confunde de cinta, y la difunde sin querer. Hay que contar también con Internet, pero ir al google, buscar un .rar, o un .torrent no es, digamos, algo que sea demasiado espontáneo. ¿Verdad? Casi como comprarla en ibei. No vale, trampa, pecado mortal.

            Aún así, surgen preguntas. Muchas. ¿Qué ocurre si esa cinta de vhs está en mal estado y sólo se pueden ver los primeros treinta minutos? Peor aún, ni siquiera se alcanza a ver la entrada en escena de Eva Bartok. No vale. No se puede contar como revisionada. Ni como media ni un cuarto. Hay que verla entera. Fino a il Fine tutto è Pellicola. Y, por supuesto, cada encuentro con este tesoro del settimo arte sólo puede contarse por una vez.

            Estaría muy mal también sugerir al chaval que la consiga él, y preguntarle a los pocos días si tiene por ahí alguna película que ver porque papá está aburrido. ¡NO! Puramente espontáneo. Mientras, este papá tan paciente seguirá cagando donde le plazca. Porque su nueva religión se lo permite. Su vida está bajo un yugo, el de Bava, pero éste está más lejos que el propio Alá. Y, por último, aparte de razones de parca inteligencia, queda la memoria. ¿Dentro de veinte años será capaz de recordar cuántas veces ha visto la película? ¿Una? ¿Dos? ¿Cuatro? ¡Nooooooooooooooooooooo!

            Seamos sinceros. Es más fácil que Stevenson sea Shakespeare, que estos buenos hombres vean otras cinco veces, de forma espontánea, Sei donne per l'assassino. Serían cinco milagros seguidos. Jodidamente complicado. Como dejar embarazada a la Reina Isabel I, hoy, ayer, y por los siglos de los siglos.





by George R. 

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