viernes, 30 de marzo de 2012

El Hombre Que Sabía Demasiado A Cereza

           La cosa empezó como una pequeña broma. (Así ha sido siempre, y no puede cambiar. Todo y todos nacemos a partir de una pequeña chanza, o amago de ella). Pero esta cosa que digo que surgió de una ligera guasa, fue un comentario de su novia, lanzado mientras él y ella paseaban por un parque de la ciudad. "¡Mira!, allí, ¡los cerezos están en flor!".

           Ya debajo de los coquetos árboles, siendo acorralada la pareja por una gruesa lluvia de pétalos blancos, el desarrollado sentido del olfato de ella hizo saltar las alarmas. No podía ser tan feliz. Algo fallaba. Debía fallar. Se arrimó todavía más hacia él, y se dio cuenta de que su novio tenía la frente sudorosa, y algo más también, pues desprendía un sólido olor a transpiración en un día de primavera en el que hace demasiado calor para la ropa que uno todavía está acostumbrado a airear.

Etcétera.

          Cristobal, así se llamaba él, no tardó mucho en comprarse cierto gel de baño en una farmacia del barrio más pijo pijísimo de la ciudad. De sabor a cereza. Lo último en limpieza. Le das un traguito a la botella (con cierta forma de bota de vino), y enseguida, el cuerpo lo rechaza de tal manera que sus minúsculas partículas sólidas, no aptas para cualquier estómago del extrarradio de la ciudad, van acercándose, a su ritmo, hacia los poros de la piel que nos rodea.

          Es como si pones la lavadora, con detergente en polvo, ayudándote de un vasito. A eso de las once de la mañana. A la una y media, cuando te pones a preparar la comida, te llevas el dedo índice derecho a la boca, preguntándote qué será mejor cocinar, cuando notas en la boca, durante menos de un segundo, el derretimiento de una pequeña partícula de detergente, salada, muy salada ella, particularmente asquerosa su textura, que se ha quedado atrapada en ese mismo dedo. Los mocos saben mejor. Snots know better.

          Bien, Cristobal empezó a regurgitar el gel al día siguiente. De forma inocua, y lenta. Se levantó antes que ella, para ir al baño. Volvió a la cama. Cruce de besos, que se alargó más de lo habitual. Primera sospecha. Despedida. Hasta la tarde.

          La segunda sospecha de ella se produjo por la noche, durante la cena. La ensalada, de lechuga y tomate, tenía un ligero sabor a cereza. Sin embargo, ¿cómo podía ser aquello? El aceite era el de siempre. El vinagre, de manzana. La sal, de mesa. Dejémoslo pasar. Un poco de jamón.

          El postre consistió en unas fresas. La clave para que todo quedase en suspenso hasta el día siguiente.

          Le quedaba tan poco a ella para poder darse cuenta del esfuerzo que había hecho Cristobal. Y sin embargo, fue un desayuno rápido. Después, él dijo algo de que tenía que visitar a alguien en la zona bien de la ciudad.

          Y desde entonces no se han vuelto a ver. Extraña historia, ¿verdad?

by George R.

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