martes, 10 de enero de 2012

Von Kleist y El Tiempo

            Recuerdo a Heinrich von Kleist (1777-1811), contemporáneo del mismísimo Goethe, con quien tuvo sus más y sus menos, y a quien (a Heinrich) el tiempo le ha dado la razón. Porque Kleist, entre otras cosas, fue precursor importante de Kafka, y esto mismo, ya es decir suficiente. (No me quiero meter hoy con Goethe; lo dejo para otro día, -además, me iba a cabrear yo solito-). 




            En estos días de tanta depresión moral, y de morralla, leer la vida y obra de Kleist es un sano golpe de timón mental. Le pegó un tiro (en el pecho) a su querida Henriette Vogel, según lo acordado,  y a saber después de cuántos segundos transcurridos, Kleist se voló la cabeza. Lo más extraordinario del caso es que todo este pacto se llevó a cabo sin contratiempos, en medio de grandes cantidades de café y de ron, frente a un lago berlinés.

Cojo un pequeño cedazo, y retiro el engrudo romántico que rodea a la verdad: Vogel padecía de una enfermedad incurable; Kleist de un genio feroz, infantil, casi absurdo, todavía creyente en la Sagrada Luz del Más Allá. El pequeño Heinrich envió en su día una carta al mismísimo emperador (prusiano) de la época, Federico no sé cuantos, exigiéndole compromiso hacia su obra literaria. No fue escuchado. Sus obras de teatro apenas se estrenaron cuando vivía. Pero fue amigo y conocido de los mejores entre los mejores, en aquel panorama literario alemán de principios del siglo XIX. Y Hoffmann estrenó para él, le produjo una obrita, ¡qué alegría siento por los dos!

Su magnífico relato “La Marquesa de O…” nos devuelve, en forma de súbito puñetazo, al antiquísimo concepto de virgen. Es un viaje en el tiempo, y doble. El que realiza el propio Kleist, y el que debemos hacer nosotros hasta 1805, fecha de su publicación. Ciertos soldados toman al asalto un fuerte. Alguno de ellos fuerza a la marquesa, siendo ésta rescatada, antes de pasar la situación a mayores (¿?, aquí Kleist hila fino, finísimo, al igual que la traductora), por un valiente oficial invasor, quien sugiere, casi inmediatamente, un matrimonio con ella, el cual queda en suspenso por unas semanas, a falta de mayor decisión familiar. Mientras, a las semanas, la marquesa es expulsada de su propio hogar, al constatarse que ha quedado embarazada. Y ella, tan inocente, pone un anuncio en un periódico local, preguntándose quién puede ser el padre (porque no entiende cómo cojones ha podido quedarse en estado de buena esperanza). Todo esto suena un poco carnavalesco hoy en día, lo reconozco. Es una historia tan burda como la de tal o cual pendona y pendón, quienes, sin embargo, han sustituido el diario por la televisión; el sentido de la discreción por el de lo canallesco; la causa por el efecto. 

Lo que encumbra a Heinrich von Kleist es la manera de escribir su historia, como si fuera prácticamente una leyenda. Uno verdaderamente se interesa por el devenir de la marquesa; sufre por ella, y por su prole. Como con el resto de sus relatos, la tragedia es vital, sentida, arrolladora.

En estos días de depresión perra callejera, leer, -recogido en una biblioteca, o en un cuarto bien ventilado, o ambientado con incienso-, en las fuentes de la leyenda es un reconstituyente excelente. Wagner, por ejemplo, acudió a los mitos de los Nibelungos; y creó óperas tan difíciles de entender como hoy, un rap salido de cualquier barrio obrero de Shanghai; es decir, bastante pomposas e inútiles. Yo ya soy viejo, pero aún así, no me gusta la ópera. “¡Ahhhhhh! ¡Ohhhhhh!”, aúlla el robot de turno.

Pero Kleist, tomando lo que le rodeaba, sin necesidad de volver a un pasado germano de increíbles sagas de héroes absurdos (sí a la antigua Grecia, cosa perdonable), creó para nosotros una especie de pastillitas cerebrales supercalóricas, nuevos mitos, para un futuro que él no conocía. ¿Más escritores que lo hayan logrado? Se me ocurre uno al menos, pero hoy no toca.

Un gran admirador de Wagner como lo es el músico berlinés Klaus Schulze, creó en 1978 una pequeña obra, de unos treinta minutejos, cabrones, dedicada a Heinrich Von Kleist; pieza electrónica que aúna locura, marcialidad, salvajismo, mala leche, y respeto por el escritor. Compuesta más para el futuro que para el presente, me temo. Sois unos privilegiados. 

by George R.

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