DINO BUZZATI
viernes, 21 de diciembre de 2012
lunes, 3 de diciembre de 2012
viernes, 30 de noviembre de 2012
Décadas
¿Dónde están?
¿Dónde están los imberbes?
¿Qué fue de los inexpertos, de los bisoños?
De los tiernos, de los frescos. De los lozanos, de los novatos.
¿Qué fue de ellos?
Sus olvidados andares, al son de una compungida sonata de piano, a la que se añaden percusiones que chapotean en el fango que cruzan.
Vuelven a casa. Dispuestos a beberse el caldo sin articular palabra. Y a dormir, en una habitación en la que escuchan gritos y risas provenientes de un salón que no es para ellos. Escuchan el gran portazo de la medianoche justo antes de conciliar el sueño.
Retratos andantes, esculturas en movimiento, fotogramas nunca rodados.
Que al abrir una puerta, se cierran el resto. Que viven en un mundo de jueces, juzgados, y acusados. Sin inocentes.
Acosados por los chavales
que se perdieron mientras seguían sentados en alguna parte.
o que simplemente consiguieron lo que querían, observando el horizonte.
o que alcanzaron a subir en ascensor hasta la azotea de la vida.
Pequeñas almas con experiencias macrocefálicas. Una nueva generación de ignorantes de su propia maldición. Discapacitados por excesos socio-genéticos.
Necesitan de tu ayuda. Túmbate en el suelo para facilitar su aterrizaje. Pero no lo hagas de espaldas. No sea que te vuelvan a dar por el culo.
Por cierto,
¿tú?
¿Eres de esos que ...
... que se conformaron con escribir su futuro en las meadas que arrojaban sobre los muros de una iglesia?
Me alegro.
by George R.
¿Dónde están los imberbes?
¿Qué fue de los inexpertos, de los bisoños?
De los tiernos, de los frescos. De los lozanos, de los novatos.
¿Qué fue de ellos?
Sus olvidados andares, al son de una compungida sonata de piano, a la que se añaden percusiones que chapotean en el fango que cruzan.
Vuelven a casa. Dispuestos a beberse el caldo sin articular palabra. Y a dormir, en una habitación en la que escuchan gritos y risas provenientes de un salón que no es para ellos. Escuchan el gran portazo de la medianoche justo antes de conciliar el sueño.
Retratos andantes, esculturas en movimiento, fotogramas nunca rodados.
Que al abrir una puerta, se cierran el resto. Que viven en un mundo de jueces, juzgados, y acusados. Sin inocentes.
***
Acosados por los chavales
que se perdieron mientras seguían sentados en alguna parte.
o que simplemente consiguieron lo que querían, observando el horizonte.
o que alcanzaron a subir en ascensor hasta la azotea de la vida.
Pequeñas almas con experiencias macrocefálicas. Una nueva generación de ignorantes de su propia maldición. Discapacitados por excesos socio-genéticos.
Necesitan de tu ayuda. Túmbate en el suelo para facilitar su aterrizaje. Pero no lo hagas de espaldas. No sea que te vuelvan a dar por el culo.
***
Por cierto,
¿tú?
¿Eres de esos que ...
... que se conformaron con escribir su futuro en las meadas que arrojaban sobre los muros de una iglesia?
Me alegro.
by George R.
miércoles, 28 de noviembre de 2012
La Quinta Edición
La primera edición fue todo un éxito. Y la segunda. Tres meses más tarde, salió la tercera. Para Navidad, la editorial echó la casa por la ventana, y lanzó una cuarta, modificando la portada del libro, en la que se anunciaba que la novela era un éxito total. "¡Tres ediciones agotadas!".
Sin embargo, es imposible localizar una crítica, positiva o negativa, sobre "En Los Confines De La Yema". No existen. Al parecer nadie ha podido leer la novela, y a la vez, criticarla. Quizás tenga algo que ver que las cuatro primeras ediciones agotadas sumen un total de ocho ejemplares vendidos.
El autor, convencido de su éxito, piensa en el siguiente paso. Algo más atrevido. Una edición de un millón de ejemplares. Ya está en conversaciones con cierto impresor. Éste le promete un primer lote de cien mil unidades que saldrán bien blancas y calentitas para el fin de semana que coincida con los próximos carnavales.
Manu, el autor, no piensa en cómo podrá pagar al impresor si solamente vende las novelas como hasta ahora; es decir, regalándolas a los borrachos que ve por la calle justo antes del amanecer. Lo que sí ha hecho es comprarse un carrito de la compra, por si acaso. Empieza a hacer frío. Incluso nieva. Hay que proteger esa quinta edición.
Pasan los meses. "En Los Confines De La Yema" se sigue vendiendo bien. Hace pocos días, Manu ha tenido la suerte de encontrarse con un nutrido grupo de chavales que volvían a casa después de hacer un botellón de los de antes. Ha repartido su libro con alegría.
Me quedan diez minutos para contar la historia de Manu, y a él, dos días para que le empiecen a inquietar las llamadas del impresor. Éste dice que no ha recibido ningún pago por el momento. Y van doscientos mil ejemplares más impresos.
Recién salido del horno de papel el 333.339, Manu piensa que quizás sea suficiente. Realmente, toda la ciudad ya conoce su trabajo. Especialmente los barrenderos. Pero quiere llegar al menos al medio millón.
En un ramalazo de ingenio y de oportunismo, se le ocurre ofrecer su best-seller a los empleados de una sucursal bancaria por la que siempre pasa. Éstos, poco conocedores de los hábitos y costumbres del arte y de la noche, le ofrecen a Manu un par de monedas de euro por uno de los ejemplares.
Y Manu, sorprendido, les contesta:
-No, no hace falta que me paguéis ahora. Ya lo haréis después, tranquilos.
Tres minutos; un poco de corrección antes de publicar. Mientras, Manu, con los quinientos mil ya vendidos, y a falta de pagarlos, empieza a pensar en la sexta edición.
by George R.
Sin embargo, es imposible localizar una crítica, positiva o negativa, sobre "En Los Confines De La Yema". No existen. Al parecer nadie ha podido leer la novela, y a la vez, criticarla. Quizás tenga algo que ver que las cuatro primeras ediciones agotadas sumen un total de ocho ejemplares vendidos.
El autor, convencido de su éxito, piensa en el siguiente paso. Algo más atrevido. Una edición de un millón de ejemplares. Ya está en conversaciones con cierto impresor. Éste le promete un primer lote de cien mil unidades que saldrán bien blancas y calentitas para el fin de semana que coincida con los próximos carnavales.
Manu, el autor, no piensa en cómo podrá pagar al impresor si solamente vende las novelas como hasta ahora; es decir, regalándolas a los borrachos que ve por la calle justo antes del amanecer. Lo que sí ha hecho es comprarse un carrito de la compra, por si acaso. Empieza a hacer frío. Incluso nieva. Hay que proteger esa quinta edición.
Pasan los meses. "En Los Confines De La Yema" se sigue vendiendo bien. Hace pocos días, Manu ha tenido la suerte de encontrarse con un nutrido grupo de chavales que volvían a casa después de hacer un botellón de los de antes. Ha repartido su libro con alegría.
Me quedan diez minutos para contar la historia de Manu, y a él, dos días para que le empiecen a inquietar las llamadas del impresor. Éste dice que no ha recibido ningún pago por el momento. Y van doscientos mil ejemplares más impresos.
Recién salido del horno de papel el 333.339, Manu piensa que quizás sea suficiente. Realmente, toda la ciudad ya conoce su trabajo. Especialmente los barrenderos. Pero quiere llegar al menos al medio millón.
En un ramalazo de ingenio y de oportunismo, se le ocurre ofrecer su best-seller a los empleados de una sucursal bancaria por la que siempre pasa. Éstos, poco conocedores de los hábitos y costumbres del arte y de la noche, le ofrecen a Manu un par de monedas de euro por uno de los ejemplares.
Y Manu, sorprendido, les contesta:
-No, no hace falta que me paguéis ahora. Ya lo haréis después, tranquilos.
Tres minutos; un poco de corrección antes de publicar. Mientras, Manu, con los quinientos mil ya vendidos, y a falta de pagarlos, empieza a pensar en la sexta edición.
by George R.
jueves, 22 de noviembre de 2012
Nueva Dimensión 113
Compré esta revista el 13 de Mayo de 2011. A un señor que tiene un puesto de libros (por decir algo) en la calle Verdi, en Barcelona, justo a la altura de los cines. A día de hoy este ejemplar tiene 33 años, habiendo sido publicado en Junio de 1979. Quedaban sólo 4 para que desapareciese ND de los quioscos. Su andadura empezó allá por 1968. Estas fechas por sí solas abruman. A la espera de que alguien diga lo contrario, se trata de la publicación española más importante de todos los tiempos, en el campo de la literatura fantástica, y sobre todo de la ciencia ficción.
Si no recuerdo mal, me costó un par de euros. Un buen precio, teniendo en cuenta que en las ferias del libro de ocasión bien pueden andar por un mínimo de cinco, y pueden llegar a cotizar hasta diez, según el puesto. A más especializado el vendedor, más caro. Por ahí tengo otros números, todos atrasados, si se me permite el chiste. Una vez al año, para celebrar el cumpleaños de Cthulhu, me suelo leer una de ellas. Aunque los ciclos temporales con los que se maneja Cthulhu son traicioneros, y cambiantes, ¡ojo!
A continuación, ofrezco una serie de fotografías, y después, se hacen una serie de comentarios.
La revista contaba con corresponsales, que ya es decir. Pero disponer de ellos en países como Suecia, Japón o Polonia nos da una idea de la seriedad de aquella extraña gente.
La foto de la Hispacon hace referencia a una discusión en forma de cruce de cartas que se publican en el número 113 de la revista, sobre el Hispacon anterior, el de 1978. Alguien que se pica con otro por no haber acudido a su conferencia sobre P.K.Dick; otro por considerarse más amigo de A que el mismo B; disculpas que se convierten en nuevos ataques, o viceversa; y se aprovecha de paso para defender a los autores favoritos. Cierto toque de Madrid-Barça también, pero en formato mucho menos evidente, nada futbolero, igual de chabacano. Eran otros tiempos, de todas maneras. En resumen, la clásica disputa entre los gustos de uno, mezclado con el lugar de procedencia, la educación, la política, etc... Se trata de aficionados al género de la ciencia ficción, pero no olvidemos que son españoles. La primera Hispacon se celebró en 1969, en Barcelona. También en 1970. Y la siguiente fue en 1975 en Madrid. Desde 1981 no se celebró hasta 1991. Una pena. Y la última edición ha sido celebrada en... Urnieta, muy cerca de San Sebastián, entre el 12 y 14 de Octubre. Con lo cerca que me cae, y me entero ahora. Cthulhu y su concepción del tiempo...
En el ajo andaba metido Carlos Frabetti, personaje cuando menos algo polémico en esta historia del Hispacon´78, de quien mi única referencia es haber leído sus prólogos en algunas ediciones de Bruguera
De todas maneras, lo que me más me gusta del cruce de cartas es precisamente esto, que hace mucho tiempo, más allá de si se trataba de un ensalzamiento o de un insulto directo, todo se encauzaba mediante cartas, que hasta que no se publicaban, no se podían leer, ni discutir, ni disfrutar. Pero una vez en el papel, resultaban ser fuertes pelotazos de realidad, de opinión, de compromiso. Algo que se ha perdido irremediablemente. No es la alabanza o el insulto; es el cuándo, y el cómo.
¿Tan poco sería conocido en 1979 el señor Stephen King, que Emilio Serra, el crítico de libros, considera como "Vincent King" al autor de "Salem´s Lot"?
En la siguiente foto, el señor Serra arremete contra Stanislaw Lem. No me importa demasiado que se meta contra uno de mis autores favoritos de todos los tiempos y géneros, pero lo que me complace sobremanera es que precisamente se atreva a hacerlo. De un tiempo a esta parte, desde el año 2008 para más detalle, se han ido editando una serie de novelas y relatos del escritor polaco, sobre todo por parte de la editorial Impedimenta. Lem es un autor tan consagrado que no se discute su calidad, de acuerdo. Pero tantas son las buenas noticias sobre él, tanta introducción y prefacio pelotero y con poco contenido, tanta felicidad por sacar a la luz obras que si son tan valiosas ya debieran estar editadas (y de hecho lo estaban en los años setenta y ochenta), que uno se pone a pensar en la propia editorial, no en el autor. Una labor encomiable, única, los salvadores de la cultura. No nos olvidemos de una cosa: todo escritor, hasta el mismo Cervantes, es criticable, y por ser más importante, también debería ser tratado con una lupa de mayor aumento.
En resumen, que el señor Serra, en 1979, se atreva a diseccionar la obra de Lem, y exponga su opinión sincera, a la vez que presenta una nueva edición, -que por cierto sitúa entre lo peor de Lem-, es algo que hay que valorar inmensamente. De esto debieran aprender los nuevos editores, que se creen que por editar, se encumbran a ellos mismos y a los autores que imprimen en papel, como si el ir al baño a defecar fuera un éxito en sí mismo (que lo es). Pero se echa de menos algo más. El bombero, apaga incendios. El editor, edita. El lector, lee. El crítico, que debería solaparse en cierta medida con el editor, debería también dedicarse a quemar libros; especialmente los suyos. Sin embargo, ya sé que es demasiado pedir volver a la sinceridad de 1979.
Respecto a Heinlein, podemos observar que la seriedad en una publicación tampoco tiene por qué significar un tajante rechazo al buen humor.
Aparte, aporto alguna foto más. Asimov con sus doscientos libros publicados. ¡Qué bestia! Y las seis mil pesetas (36 euros de nada) que le costó al friki tardosetentero el número 24 de ND... Jóder. Como lo encuentre por ahí a cinco euros,...
Algunas conclusiones
1 Siempre me ha parecido que, oficialmente, el mundo de la ciencia ficción en España es una especie de club en el que para entrar hay que demostrar que no te interesa nada más que la ciencia ficción en este mundo en el que vivimos. Y mucho cuidado con la crítica a alguna de las ramas del género. Yo por ejemplo si digo en la entrada, custodiada por un tipo con cara de primate: "Me encantan las novelas de Brian Aldiss pero nunca leeré a Tolkien porque eso no es ciencia ficción, sino cuentos para niños", lo que puede ocurrir es que me vaya con una patada en el estómago, o en el mejor de los casos, pasar a la lista negra de la AEFCFT (Asociación Española de Fantasía, Ciencia Ficción y Terror). Demasiados nombres para nada bueno. Y todo decorado con espadas, dibujos rococó de lobos y escudos varios, reglamentos que hay que aprenderse de memoria, pequeñas ceremonias de gran importancia, y, ¡ah!, las modas.
¡Cuánto daño ha hecho la fantasía a la ciencia ficción! ¡¡¡Ahhhhgggghhhhhhh!!!
2 Queda claro que con una lectura un poco atenta de un número de ND de 1979 uno se entera de muchísimas cosas valiosas, en el campo de la ciencia ficción. Y vuelve a recordar algo importante: hace tiempo que se perdió el concepto de sinceridad en el campo de la crítica literaria. Y además, aquellos críticos se leían los libros de pé a pá. Plasmaban sus opiniones, y allí quedaban. Hoy en día, con tanto botoncito alrededor, es difícil llegar al final de los libros. Criticarlos ya es labor de los Dioses del Olimpo. Ya lo hará otro.
3 Pienso que es una buena época para retomar la idea del fanzine como medio difusor de opiniones. En blanco y negro, rehuyendo de engañosas fotografías e impactantes imágenes, aportando únicamente criterio e información útil. Porque el problema de un blog como este es que no llega a ninguna parte. Ni siquiera a la mesita del salón, al lado de la publicidad electoral, junto al cenicero lleno de colillas y las cada vez más pesadas llaves del piso.
by George R.
miércoles, 14 de noviembre de 2012
Arriverder-La
Suena el despertador. Pulsas el botón. Te levantas. Coges la mochila, que ya habías preparado horas antes. Tomas un café y unas galletas. No te despides de nadie. Te acercas a la estación. Te alejas. Empiezas con una nueva novela. "Il Deserto Dei Tartari". Es un gesto con el que quizás te ahorras la lectura de "En Busca del Tiempo Perdido". Si te da tiempo, sigue con "Gli Indifferenti". Tienes a tu disposición tabaco, caramelos, y unas magdalenas. Suerte.
by George R.
by George R.
sábado, 13 de octubre de 2012
Juan Benet (1927-1993) (II Parte) Una "Completada" Línea Incompleta
Benet en su relato “Una línea incompleta”
intercala un capítulo en lengua inglesa. A continuación, ofrezco la traducción
de dicha parte (aunque de poco sirve si no se lee lo que sigue antes y después
en lengua castellana).
Hablando de mi viejo amigo, debería
aprovechar esta oportunidad para resaltar que no siempre fueron exitosos sus
casos, ni incluso del todo resueltos, aún con su intervención. A menudo su
escrupulosidad le conminó a demorar sus actividades, y poniendo a un lado el
mero interés, ganancia u orgullo derivado del affair, también a refrenarse de llegar a una conclusión que a nadie
iba a beneficiar. Incluso lo que se cuenta a continuación, apenas puede mostrar
la firme disposición de mi amigo a tomar partido en una situación dificultosa,
dejando de lado cualquier inconveniente o molestia.
Está
recogido en mis archivos como una desolada y lluviosa tarde de Marzo, algo
afectada también por el sombrío y cínico espíritu de mi amigo. Como a menudo
ocurría después de algún exitoso caso, él se había rendido a sus tendencias
melancólicas, dando libre acceso a aquellos accesos neuróticos que eran —haciendo uso de sus propias
palabras— la mejor
defensa contra una completa caída. Su estado de salud era una continua
preocupación para mí, siendo yo, con la excepción de la señora Hudson, en aquel
tiempo, el único hombre en el mundo inquieto por un problema que era del menor
interés para él, tan negligente y desdeñoso por todo que no era consciente de
su importancia. En los días previos, el doctor Moore Agar, de la calle Harley,
le había recomendado un completo cambio de aires y de escenario para evitar el
colapso e incapacidad para cualquier tipo de trabajo que yo siempre estaba
temiendo en un hombre imponiendo a sus capacidades mentales un ritmo permanentemente
agotador. Él era un hombre de tremenda energía, capaz del mayor esfuerzo mental
y físico, en el momento de dedicarse a
algún objetivo profesional; absolutamente infatigable. Pero, por la misma
razón, cuando los casos eran escasos y sus sumarios poco interesantes, parecía
tan indefenso como un niño ante la monotonía de la existencia, volviéndose
hacia las drogas como una mejor y más suave medicina que aquellos y más mórbidos
incentivos que nuestra enredada y beligerante sociedad le ofrecía.
Esa tarde, sentados ante el
fuego, entre el zumbido del viento, llegaron los pisotones de las pezuñas de un
caballo y el alargado rechino de una rueda según giraba contra el bordillo. Él
se había sentado por unas horas, en silencio, con su larga y fina espalda curvada
sobre una vasija de laboratorio, en la que estaba preparando un particularmente
maloliente y extraño producto.
«Ahora», dijo él de repente, después de un corto y
brusco vistazo a la calle, «disfrutará
de la oportunidad de ver si las propuestas de este caballero concuerdan con sus
planes».
«Por
Dios, ¿a qué planes se refiere usted?»,
pregunté.
«A
esos planes de viaje, por supuesto. Por lo que sé, este caballero puede
proveerle con todo tipo de información acerca de aquellas áreas sureñas que
usted tiene intención de visitar en mi compañía en las semanas venideras.»
«¿Cómo
diablos lo sabe usted?» pregunté con
perplejidad.
Él se dio la vuelta en su silla con un aire de divertimento
en sus ojos profundamente asentados.
«Es
bastante obvio que usted tuvo una cena, hace dos días, con su ilustre colega de
la calle Harley. El final del puro que dejó aquí»,
dijo él, al tiempo que apuntó hacia el cenicero en el hogar, «no deja lugar a la duda de que nuestro común
amigo, el doctor Moore Agar fue su compañero en esa cena. Créame, esos
fumadores de puros son la gente más localizable de todo el mundo; hay tan pocos
amantes de los Fonseca en este país que se pueden hacr una serie de inferencias
a partir de los restos que dejan tan generosa y descuidadamente. Así, no es
difícil encontrar una cercana conexión entre las profecías de mal agüero del
Doctor Agar y su reciente curiosidad respecto a la geografía de los países
latinos, monumentos, y clima… Pero aquí, a menos que esté confundido, está
nuestro cliente, un hombre que combina su férrea voluntad con su expresión de
sometimiento y timidez.»
Después de que sonara la campana,
un paso firme se escuchó sobre las escaleras y un momento después, un hombre
alto, recio, bien afeitado y vestido al estilo continental fue introducido en
la habitación.
Poseía los bellos trazos de un latino
despierto, con brillantes ojos claros, labios muy delgados y mejillas
amarronadas, relacionadas con una existencia llevada lejos de las nieblas del
Támesis. Parecía llevar consigo una emanación del fuerte y soleado viento de su
tierra al entrar, pero algo en su conducta —sus
sensible dubitaciones, su erizado cabello, sus nerviosas, excitadas maneras— decía de alguna infortunada
experiencia que había disturbado su natural compostura y elegancia.
«Por
favor, siéntese, señor Abrantes», dijo
mi amigo, con una voz calmante. «¿Le
puedo preguntar, en primer lugar, por qué usted ha venido a mí?»
Habló en un fluido pero poco
convencional inglés que haré más gramatical por el bien de la narración.
«Bien,
señor, no creo que sea un asunto que ataña a la policía, ni incluso a la
policía española. Mas, cuando haya escuchado los hechos, admitirá que no puedo
dejarlo donde está. De hecho, hasta antes de los últimos acontecimientos estaba
bastante seguro de poder contar con las energías, los sacrificios y la
persuasión necesarias para encontrar la solución que, desde el primer momento,
yo estaba buscando. Pero nunca pude suponer que mi padre me guardaba tal odio,
no sólo poniendo mi matrimonio en descrédito y llegando a ser mi más pertinaz
adversario, sino también haciendo uso de su muerte para la broma más siniestra
que nunca haya conocido.»
«Vamos,
vamos, señor», dijo mi amigo. «Usted no puede caer en esta moderna costumbre
de contar mal las historias desde el principio. Por favor, ordene sus
pensamientos y hágame saber, en el orden adecuado, cuáles son exactamente esos
acontecimientos que le enviaron a usted en busca de consejo y asistencia.»
[Nótese cómo juega Benet con la historia, de la mejor manera que se le
antoja en cada momento. Le hace escuchar a su personaje, cuya esposa nos
enteramos que ha muerto, que ordene sus ideas, y que cuente mejor su historia.
Y mientras, el lector, él, no sabe ni por dónde anda. Según qué día tuviera Benet
nos pone las cosas más o menos fáciles. Hay gente, mucha, que no soporta esto
de alguien que parece que sólo escribe para jugar con la paciencia del
personal. ¿Acaso no hacen esto todos los escritores? Sin embargo, en ocasiones
Benet lleva el juego hasta sus límites. Hoy en día su actitud y templanza
estaría condenada al tipo de blog que sólo leen gente como… tú.]
Nuestro cliente se pasó la mano
por la frente considerando la reprimenda como correcta. De su expresión y
gestos pude ver que era un reservado pero voluntarioso y contenido hombre
cercano a los treinta años, con una mota de orgullo en su naturaleza. Entonces,
de repente, con un gesto fiero en sus apretados puños, como alguien que deja
sus reservas a un lado, empezó.
«Como
fue explicado en mi carta, he vivido en Inglaterra estos últimos años para
conseguir mi título en minería y mineralogía en Loughborough. Al menos ésta es
la convencional coartada que forjó mi padre para ocultar de la familia y
vecinos su determinación para mantenerme lejos de mi casa y de mi país durante
los cruciales años de formación; en otras palabras, mi padre consideró que yo
no estaba preparado para llenar el hueco que él antes o después dejaría en su
sociedad y negocios. Mi padre tiene sus sesenta y pico años y siente la
necesidad de que todos en casa estén de acuerdo con él, no tolerando la más
mínima diferencia de opinión o carácter. Me atrevo a decir que mi padre siempre
se siente perdido conmigo; no soy el hijo que él esperaba o necesitaba, mi
temperamento alegre y desenfadado —que
me llevó a una juventud llena de caprichos y desorden— provocando un continuo desasosiego con él. Sé
que usted es un hombre ocupado y su tiempo es demasiado precioso para ser
malgastado con esta relación de tontas discusiones que se dan en todas las
familias; debería decir, concluyendo el asunto, que el plan de mi padre,
haciéndome vivir en este país para ganar experiencia en esta especie de exilio,
para conseguir conocimientos prácticos, y ese sentido de orgullo y
respetabilidad que mi familia valora, ha terminado por ser uno sabio, el más
simple y económico para redirigir una personalidad echada a perder por
amistades peligrosas y hábitos viciosos, para llevarme de nuevo a la correcta
tradición de mi familia, para convenir con las rígidas normas de comportamiento
y maneras de mi país. Me disculpo por esta explicación introductoria porque el
problema empieza cuando, después de años de desacuerdo e indolente aislamiento,
tratando de buscar con arrepentimiento y sinceridad mi propio acuerdo con mi
gente, iba a encontrar los más insospechados obstáculos y reticencias en el
mismo corazón de aquellos a los que elegí para facilitar mi vuelta, garantizada
con un respetable matrimonio.»
En este momento nuestro joven
cliente sollozó profundamente y su narración fue interrumpida de raíz. Se cogió
sus manos en una agonía de aprensión y se movió de un lado para otro en su
silla.
«Es
por su propio bien, señor Abrantes»,
declaró mi amigo con su tono más persuasivo, «que
usted debe evitar esas dramáticas transgresiones en su relato. No albergo dudas
sobre las dolorosas emociones que usted soportó cuando le llegaron las noticias
sobre su prometida, y estoy seguro que la racionalización del caso sería de
gran ayuda si se encontrara un mitigante para su angustia. Ahora, si se siente
un poco mejor, deberíamos estar agradecidos de escucharle hablar sobre lo que
ocurrió en aquel horrible y último viaje a casa.»
Estando familiarizado con los
métodos de mi amigo, no pude ocultar, tras el asombro de nuestro cliente, mi
propia expresión de sorpresa.
«Sí,
señor», continuó él, «como usted correctamente ha percibido hice el
último viaje a mi país con un espíritu de prisa y aprensión, disuadido por
malos agüeros, pero determinado como nunca lo
había estado a casarme con aquella mujer a pesar de la oposición de mi
padre a la unión. Todo empezó el penúltimo año, durante aquellos días —en uno de mis viajes a través
de los bosques, en compañía de Miguel, un mozo de cuadra— que vi por primera vez a la gente de La
Montanza. La Montanza es una vieja y cochambrosa construcción en un estado de
lastimosa ruina, que mi padre siempre ha codiciado por su condición y
aislamiento; situada en una colina con una vista panorámica sobre el valle y
prados del Torce, rodeada de castaños y arbustos de laurel, la casa no vale
mucho pero la finca, junto con algo de tierra cultivable, incluye más de
doscientas hectáreas de pobres e inútiles páramos haciendo frontera al norte
con las laderas de Hurd y Mantua, y fue en los viejos tiempos un lugar
codiciado por los cazadores de fortuna de Región, siempre en busca de un acceso
fácil a la Sierra y a sus secretos y legendarios tesoros. Sorprendido por
inusuales signos de presencia humana, supe del mozo que los casi olvidados
propietarios, después de muchos años, habían regresado para poner la casa en
orden en un esfuerzo por venderla a un precio razonable, una vez que los vagos
sueños que la sierra había hecho concebir en las mentes más imaginativas se
hubieran disuelto en el aire como el humo. Eran tres: el viejo, su hija y una
criada; ella tenía entonces veintitantos años y siendo la heredera esperaba a
alcanzar una cierta edad para manejárselas en la gestión de la finca. Lo único
que hizo ganarme mi confianza hacia ellos, y que me sorprendió grandemente, se
basa en el hecho de que durante aquellos días allí les llegué a conocer a ambos
y a su extraño destino. El viejo era de
hecho su padrastro, que se casó con su madre embarazada sólo para dejarla en la
tumba dos meses después, después de traer al mundo a la criatura. En La
Montanza, aislados y rodeados por el desdén y hostilidad de muchos, se
instalaron para llevar, rodeados de una cargada atmósfera y tapetes, una vida
de soledad absoluta, encargándose de simples pero a menudo extravagantes
quehaceres, y haciendo bien poco caso a los asuntos de sus vecinos. Sería
injusto, señores, no confesar cómo desde el principio me sentí decepcionado con
las insinuaciones sobre esta gente que escuchaba en mi casa, sospechando que
todos aquellos cuentos sobre el hijo nacido y el comportamiento de la madre no
eran más que invenciones que mi padre forjó sólo para esconder su participación
en algún infame saqueo que mi país tan generosamente suele provocar. Pero en
este caso, señores, debo admitir que estaba totalmente confundido. Después de
hacer una corta visita a esta familia en La Montanza, sólo para satisfacer una
curiosidad surgida por tantas habladurías, me impresioné por la atroz
individualidad de ambos. Como he dicho, sólo vivían para sus pequeños
quehaceres y después de viajar por todo el mundo a causa de su naturaleza
independiente e inquieta, en todos los lugares luchando por la causa de la
justicia y la libertad, su único deseo era ganar una pequeña cantidad de dinero
para procurarse un lugar de tranquila reclusión. Como la mayoría de la gente
que lleva una vida apartada, ella era tímida al principio, pero llegando a ser
extremadamente comunicativa me dio muchos detalles sobre su niñez y juventud,
explicándome los esfuerzos de su padrastro, día a día, en su larga lucha por la
supervivencia de sus ideas disidentes. No necesito decir, caballeros, la
anchura del horizonte que ella dibujó ante mis ojos; cómo por primera vez en mi
vida sentí que existía un mundo de ideas y sentimientos más amplio y rico que
todo lo que una vida tendente al vicio y al recreo puede ofrecer. Ella era una
bella, resuelta y maravillosa mujer en todos los sentidos, con su etérea
belleza de otro mundo, cuyos virginales pensamientos están puestos en lo alto,
no muy posesiva externamente, pero con un generoso corazón dedicado a su padre.
Fuimos muy amigos desde el día que llegué a La Montanza y ambos llegamos a
tales términos que cualquier tarde podía dejarme caer por allí sin invitación. Con
el tiempo pudimos disfrutar de muchos têtê
à têtê —su padre
meditaba durante largas horas en las habitaciones de arriba— y en muchos de ellos ella se
pasaba el tiempo leyendo durante largas horas a los poetas que más amaba; ella
me ayudó a entender mejor la poesía y la música, hasta que nuestra intimidad se
convirtió en amor —profundo,
profundo y apasionado amor, tal amor como el que había soñado pero nunca
esperado sentir.»
«¿Estábamos
llegando gradualmente a esta conclusión, verdad?»,
dijo mi amigo volviéndose hacia mí, con una juguetona sonrisa. «Entiendo, señor Abrantes que existe algún
otro desarrollo en el caso, si no, no me puedo imaginar la razón de su venida
aquí en vez de hacer uso del sistema matrimonial de su propio país.»
Nuestro visitante volvió a sonreír con la timidez de un estudiante más
que con la seguridad de un hombre de mundo y sus ojos se revolvieron en un
esfuerzo para llenar el vacío de aislamiento y causticidad que rodeaba la
saturnina figura de su interlocutor.
«Excúsenme, señores, por estos irrelevantes
pero no sin base preliminares que he señalado sólo para dejar clara una
situación tan endemoniadamente difícil, que ya no están en mi mano el control
de los cabos de tan intrincada madeja. Todo empezó con mi oferta de matrimonio.
La cual ella recibió con gran espíritu mas animándome a volver a Inglaterra
para terminar mi carrera lo antes posible. La boda fue planeada para la
siguiente Semana Santa, con mucho tiempo por delante para conseguir el título
en Loughborough y para encontrar mientras tanto un comprador para La Montanza.
Así lo hice, y volví a esta isla lleno de esperanzas y determinado a superar
mis estudios con una resolución que nunca antes había sido capaz de lograr.
Pero dos meses pasaron desde mi llegada cuando una carta de mi padre, llena de
acusaciones y amenazas no dejaba lugar a la duda de que él estaba bien
informado sobre los preparativos de mi boda. Hasta ahora, no sé, señores, quién
fue el informador secreto de mi padre pero, aparte de mi hermana Eloísa que
siempre ha sido mi confidente y a quien expliqué mis intenciones, no pudo ser
otro que Miguel, el mozo, quien frecuentemente me acompañaba en mis visitas a
La Montanza. La escribí todos los días, teniendo cuidado de no hacerle saber el
conocimiento, y las ganas de reaccionar, de mi padre (mediante mi
desheredación, casi seguro) pero dos meses más pasaron antes de que yo me
alarmara por su repentino silencio, una introducción a la agonía que iba a
sufrir las próximas semanas. Abreviando la historia, su padrastro finalmente me
envió un detallado informe sobre la doble neumonía que ella sufría, instándome
a permanecer tranquilo ya que estaba fuera de peligro, realizando tales
maravillas tanto su constitución como su poder de voluntad, que contra los
designios del doctor, ella se estaba recuperando rápidamente. Más tarde recibí
su primera carta después de la enfermedad, mostrando su letra los signos de un
tembloroso pulso, pero tan llena de optimismo y de un humor tan alegre, que
todos mis temores y angustias desaparecieron, y me puse tan contento que pensé
que ella, si quería, podría superar todos los obstáculos. Cuánto, señores,
lamentaría esta traicionera confianza que me movió a dejar de lado mi sospecha
y a rendirme a sus alegres protestas que ella protagonizaba sólo para ahorrarme
la simple verdad sobre su completa consumición. Entonces, después de algunas
semanas sin noticias caí en tal estado de desesperación que, corriendo a la
estación de Charing Cross, regresé inmediatamente al continente no sin avisar a
mi prometida para que ocultara mi llegada a mi padre y familiares. Pueden
imaginar, señores, qué miedo y angustia sufrió mi corazón cuando había de
descubrir cerradas y candadas las puertas y ventanas de La Montanza, junto con
unas placas de una inmobiliaria en la puerta de entrada. Visité a todos sus
conocidos y después de una semana de agonía llegué a saber que estaba enterrada
en el cementerio de Macerta. Respecto al señor Queiles, su padrastro, después
de que el terreno fuera vendido, desapareció, y nada más se llegó a escuchar de
él. No tengo palabras, señores, para expresar mi pena, abatimiento y
desolación; cuando, después de dejar un ramo de rosas en su anónima tumba,
volví a Inglaterra no sólo para terminar mis estudios, sino también para buscar
un lugar de descanso y recogimiento lejos de todos los que habían demostrado
tal hostilidad hacia mi prometida. Pero entonces, dos semanas después de mi
llegada a Loughborough, me llegó la primera de las cartas…»
En este punto de su relato percibí en el claro y atento rostro de mi amigo
una repentina iluminación de sus inquisitivos ojos, un tensado en sus labios, y
un estremecimiento en sus aletas nasales.
«Sí, señor. La primera era de mi padre,
repitiendo las mismas amenazas y dándome las más severas instrucciones para
suspender mi enlace si alguna vez deseaba ser considerado como su hijo.
Entonces, más tarde, la primera de sus cartas…»
«¡Jesús!, ¿quiere usted decir una carta de su
fallecida prometida?»
«Sí, señor. La más espantosa y repulsiva
broma de la que he oído hablar, a no ser que mayores y más siniestros
significados lleven consigo esos mensajes.»
Nuestro cliente sacó un manojo de cartas. Estaban atadas con un lazo
rojo, los sobres estampados con sellos españoles y remitidos con una educada y
maestra mano.
«Hay seis hasta ahora, alegres y confiadas
como si nada hubiera ocurrido. Ella —y digo «ella» por decir algo— simplemente recuerda la enfermedad como una pasada pesadilla y escribe
varios folios con los detalles de la boda, sólo lamentando, en las últimas, mi
retraso y silencio; como la boda iba a celebrarse el mes que viene, ella
expresa sus anhelos, urgiéndome a ir allí no más tarde que el diez de Abril.
Verán por los sellos de expedición que las cartas fueron enviadas en Región,
correctas en cuanto a orden y fecha; no hay indicios de falsificación o nada
raro en ellas; el mismo estilo, la misma letra de ella. Pero, créanme,
caballeros, no puedo reunir el coraje suficiente como para ir allí de nuevo y
desentrañar esta horrible madeja. Siento que estoy fuera de mis cabales, sin ya
saber lo que es la realidad. ¿Fue, quizás, su muerte una mera pesadilla? ¡No,
por Dios, no!»
***
Cuando nuestra visita nos dejó, mi amigo se sentó tanto
tiempo pensando profundamente que me pareció que se había olvidado de mi
presencia. Una vez murmuró para sí: «Ha metido la pata de la
manera más tonta y bien debería reconocerlo» y, por
fin, volvió bruscamente a este mundo.
«Dijiste algo sobre la
necesidad de un cambio», susurró mi compañero. «Déjame
sugerirte este: ¿qué tal Región? Billetes de primera, residir temporalmente en
una mansión feudal. Me apuesto a decir que ese olvidado país está lleno de
intereses, tanto desde el punto de visto geológico como arqueológico. Y, algo no
menos importante, mucho tiempo libre para redirigir el espíritu y hacer
anotaciones y correcciones sobre esa monografía sobre los motetes polifónicos
de Lassus que los expertos me urgen a imprimir
—aunque sólo sea de manera
privada— no más tarde del próximo
otoño. Y el mejor momento para empezar con esos ensayos sobre las
somatizaciones, un tema de lo más adecuado a las presentes circunstancias. Te
pregunto, ¿por qué no?, ¿qué tal Región?»
Aquí termina
la parte en lengua inglesa de la terrible historia que escribe Benet, hay que
suponer que a mediados de la década de los años setenta del siglo pasado.
Espero que algún futuro lector de “Una línea incompleta” se beneficie de esta traducción amateur. Aunque a
mí me basta, como satisfacción personal, el haber recordado de nuevo el genial
argumento del cuento, que deja, es un decir, a “Otra vuelta de tuerca” por los
suelos, como si fuera un juego de niños tendentes al idiotismo. Benet construye
una trama de un goticismo insuperable en la que mezcla tal cantidad de
elementos que es difícil de discernirlos con la cabeza fría, antes, o después
de leer el relato. Sin embargo, mientras
se lee el relato, uno vuelve a Región, a esa mansión feudal, contempla el
rostro del padre taxativo, del hijo, una vez vicioso, ahora reencaminado hacia
el amor a su prometida, de ésta, y de su padrastro. Y sobre todo el de esa
pareja de viajeros ingleses realmente ajenos a todo el penoso drama que
discurre en un país para ellos extranjero que es una especie de reino antiguo,
folclórico, y, no lo olvidemos, repleto de potenciales riquezas, de las que se
pueden beneficiar.
Benet
embarulla al lector con una serie de pistas que ofrece sin orden ni concierto.
No le interesa relatar en un orden preciso, ni siquiera que el lector se entere
de lo que ocurre, dejándolo casi todo en el aire. Él quiere conseguir un
efecto. Algunos, quizás muchos lectores, lo tachen de máxima pedantería al
escribir una parte del relato en inglés, lengua que en los españoles años
setenta apenas manejaría una minoría (habría que analizar aparte, la calidad de
su inglés, y los tejemanejes que evidentemente se trae con esta lengua que
maneja con soberana soltura, y que sería más trabajo de algún filólogo
británico que español) y el efecto que consigue es de máximo rechazo. Buen
pedante es quien puede, no quien quiere, por otro lado. Otros lectores pueden
entender su anglofilia, pero no sus ganas de liar la vida al personal lector (y
eso que esta historia no es de las más intrincadas que escribió). En mi caso,
Benet consigue el efecto de dejarme patidifuso por su maestría al sugerir,
repito, sugerir, la decadencia moral y material de parte del adn cultural que
lleva dentro de sí, como herencia turbia de su particular historia, todo
español de aquella (y de esta) época.
Y añadir por
último que la propia historia posee tanta fuerza que hace que sea un cuento maestro.
La idea de seguir recibiendo cartas de una amada a quien se cree muerta y
enterrada es de por sí de lo más regocijante en el mundo de la literatura
fantástica y de terror.
by George R.
jueves, 11 de octubre de 2012
Juan Benet (1927-1993) (I Parte)
El próximo 5 de Enero, —en
esa víspera de antiguos regalos y caprichos a domicilio y presentes ráfagas de
francotiradores desde la distancia de un balcón vecino—, se cumplen 20 años del fallecimiento de Juan
Benet.
Últimamente
he estado leyendo el segundo volumen de sus cuentos completos, —un librito de Alianza
Editorial (LB 650), en triste fase otoñal—,
y tengo que reconocer que no volveré a leer a Benet por un tiempo, porque
supone un esfuerzo vital considerable. ¡Aviso! Benet como autor de alguna
manera te vampiriza. Pero todo debe ser como debe ser: en el fondo, uno ofrece
el cuello con gusto, aunque suponga cansancio y tristeza posterior. No se puede
leerle de otra manera.
“El aire de
un crimen” (1980) es su novela más accesible, y aún y todo, leerla también
requiere de un serio amor por la lectura.
Benet comienza su carrera como
escritor en 1967, con “Volverás a Región”. Región.
El ficticio condado de Yoknapatawpha,
creado por Faulkner debería ser mítico para todo estadounidense (al menos
sureño), porque supongo que muchos, sino todos, podrían reconocerse en él. En
verdad que no tengo ni idea de si esto es cierto. Y es posible que nunca lo
llegue a saber, porque nunca he leído a Faulkner, y al paso que voy, dudo que
pase mucho tiempo en Yoknapatawpha, leyendo mitos que no me interesan en lo más
mínimo, por mucho que estén tan bien escritos como dicen. Además, me parece
mucho más sano leer a Mark Twain. Sin embargo, leyendo a Benet me doy cuenta de
que si yo me reconozco como lejano pariente de Región, bien lo pueden hacer los
sureños como habitantes de Yoknapatawpha.
Benet, como supongo que Faulkner, tiene un sentido del humor muy desarrollado. Tendría que haber
empezado por aquí. Un escritor sin sentido del humor es difícil que llegue a
publicar, a no ser que sea dueño de una editorial, o se llame Yukio Mishima.
Con “Una Línea Incompleta”,
ayudándose de una trama gótica, y de un par de extrañísimos viajeros ingleses
(para la época), escribe un impresionante cuento de miedo. De esos que deberían
aparecer en las antologías. Y seguramente no se edita de esta manera (que yo
sepa) porque los demás relatos quedarían como simples cuentos de miedo. Pero
Benet aporta algo más: exige un esfuerzo añadido.
La prosa de
Benet es complicada, y todavía más: por momentos, no se puede discernir
exactamente qué es lo que quiere contar. Terminado este volumen de relatos, con
algunos uno se queda con la sensación de que no acaba de entender qué es lo que
ocurre (o ha ocurrido). Quizás sea mejor así.
Tendría que
usar por segunda vez el adjetivo “extrañísimo” para intentar describir el
argumento que se cuenta en “Reichenau”. Y es que es tan singular la atmósfera
que crea Benet para sus historias, sacadas de un lugar que (aunque) nunca
existió, (aunque) está presente en nuestra memoria colectiva. En “Reichenau” se
produce un efecto final que se puede comparar, sin tapujos, al de “El Corazón
Delator”. Un soberbio cuento de miedo sensorial (por decir algo) con un manejo
tal de la lengua castellana que uno, —habiendo
sido Benet acusado tantas veces de herejía literaria—, lo intentaría salvar como sea de la hoguera de
la modernidad.
Respecto a
esa citada memoria colectiva, término tan de moda hoy en día, lo que provoca en
nuestra mente la lectura de los relatos de Benet pienso que debería definirse
de otra manera. No se trata de la memoria. Es lo que describe el propio Benet
en el siguiente y magistral párrafo, de
una sola frase, extraído de “El Demonio de la Paridad” (que a su vez bien
podría ser una puesta al día de “El Demonio de la Perversidad”):
“Fue una
impresión fugaz y permanente a la vez, una de esas instantáneas revelaciones
cuyo influjo no se puede medir en el momento en que se producen, pero que —aunque la memoria no la
reconozca así— han de
dejar en el conocimiento la huella de una forma (o una informa) que le
condiciona: fue el saludo del jefe, el modo con que abrió la puerta y dijo al
taxista «a
casa»,
la precedencia con que se introdujo en el corredor en penumbra para atisbar
desde el umbral de la puerta de la alcoba el estado de la enferma y la mirada
que le devolvió —una vez
tranquilo al comprobar la serenidad del sueño—
para que dejara sus bártulos en el cuarto de trabajo, haciendo el menor ruido
posible, como si diez días hubieran bastado para restablecer su jerarquía de
marido y devolverle a su condición de segundón respecto a la mujer, a la casa e
incluso al pueblo que él había elegido y habitado durante años, haciendo
tambalearse toda una época que —si
bien había presentado algunos síntomas y grietas de inestabilidad local, hasta
entonces no había hecho temer una ruina inminente—
sin causa aparente tenía que derrumbarse para convertirse —como el montón de escombros
que en sí está formado con los mismos materiales, con pérdida de forma, que el
edificio hundido— en un
conjunto sin orden de objetos y recuerdos que causan estragos en la memoria,
invaden el espacio de los hábitos, rompen y dislocan el sentimiento de la
duración, arrastrando consigo en su caída a la voluntad que los ordenara y no a
causa de la aniquilación, sino precisamente por su escorada, estupefacta e
injuriada supervivencia en un caos donde hasta la identificación resulta
imposible”.
Tanto en la
forma como en el fondo, este párrafo describe a Benet de la mejor manera posible.
En mi humilde opinión.
by George R.
lunes, 10 de septiembre de 2012
Los Cerdos Se Hacen Mayores de Edad a los 35
1977
2012
2012
1977
London´s Swinging 50´s
´ I gotta admit that I'm a little bit confused.
Sometimes it seems to me as if I'm just being used.
Gotta stay awake, gotta try and shake off this creeping malaise.
If I don't stand my own ground, how can I find my way out of this
maze?´
Dogs (Waters, Gilmour) 17:06
by George R.
sábado, 18 de agosto de 2012
INTERMISSION (παύση)
1
Recupero
una frase de Aldous Huxley, sobre la que trataba allá por el pasado 29 de
Febrero.
“Creo que el nivel cultural en
América y Europa puede elevarse a algo aproximado a la cima que alcanzó entre
los griegos en la era de Pericles”.
Acerca de
la cual escribí tamaña declaración:
Me da por el culo saber quién era Pericles. O Sófocles. El día que se
me crucen en el camino, o bien los deifico, o bien, les doy una patada en los
cojones. Sin término medio.
Pues resulta que se me han cruzado
en el camino este verano. Pericles fue un político que llevó a Atenas a la sus
más altas cotas de civilización. Sófocles: pronto daré buena cuenta de él.
(Desde luego, que quede claro, que
sigo pensando que la frase de Huxley es estúpida, cretina y desagradable).
Así es el mundo de la literatura.
Ingrato, lleno de olvidos y traiciones de nuestra memoria. Y como si un
enjambre de abejas nos rodeara la cabeza, o un nido de culebras nos cubriera el
pecho, estamos bajo la constante influencia de lo que llega a nuestros ojos y
oídos. Que si tal, que si cual. Y es difícil seguir un camino. Consecuente,
recto, con las curvas que uno quiera inventarse, pero no con las que nos
encontramos a traición.
2
Aprovecho este descanso, en el que podéis salir fuera de la
sala a echaros un pitillo, o a beberos un refresco, para reflexionar. Ayer,
leyendo en la cama, en la misma habitación que me ha visto convertirme en buena
parte de lo que soy, leí un relato de Julio Verne, “La Tormenta”. Fantástica
historia, fuerte como la muerte, como diría uno de los dioses que habitan en el
Olimpo francés, Maupassant. Relato incluido en una antología que mezcla a
Alarcón con Nabokov, a Poe con Kipling. Parece incluso demasiado, pero el tipo
que recopiló los relatos no estaba de broma. Este libro lleva sobre la mesilla
que está situada al lado de la ya referida cama algo así como 10 años, fiel,
incorruptible. “Aguas Negras”, se llama. Y tras Verne empecé “La Puerta en el
Muro”, de H.G. Wells.
Triste decirlo. Empecé, pero no
terminé. El sueño me venció. Hoy duermo en otra habitación, en otra ciudad, y
abandoné a Wells como a un perro, a cambio de repostar el cerebro. Ese libro no
se mueve de donde está. Otros me acompañan ahora. Grecia. Italia. Holanda. Para
que luego se me acuse de extremista anglosajón.
3
¿Quién es suficientemente fuerte
de espíritu como para, al terminar de leer una novela (obra de teatro, relato o
cómic), abandonar el placer que supone el ponerse a pensar en lo que se va a
leer a continuación? ¿Quién, por Zeus? ¿Quién tiene la fuerza de voluntad
suficiente como para ponerse a reflexionar, incluso a tomar apuntes y notas,
sobre lo que se acaba de leer? Se reflexiona mientras se lee, dirán algunos, y
no les falta razón. Por otro lado, los finales inesperados nos tienden a
engañar, porque nos hacen pensar más en una conclusión concreta que en una
línea de pensamiento general.
¿O hay que dejar este proceso en
manos de nuestra memoria? ¿Confiar en ella? Tengo reciente a Hesse, lejano a
Goethe, tan parecidos, y tan diferentes. ¿cuál de ellos habría que elegir en una emergencia? Llámese emergencia a un
arrebato, algo impredecible, que puede surgir ahora en ti, ¡oh lector!, por
intentar llevarte al cerebro algo especial.
¿Jack London? ¿Stanislaw Lem? ¿Quién?
Vaya papeleta.
Al menos, que sirva de ejemplo.
Ante un arrebato más físico que psíquico, como puede ser la decadencia de
nuestro cuerpo, en momentos en los que la enfermedad o la muerte se nos acerque
más que de costumbre, no tengo más remedio que recoger aquí la siguiente
sugerencia: el “Fedón” de Platón. Que quede publicado en estas páginas de
sangre. Con ánimo de realizar, por una santa vez, un servicio social.
Hyorgos R.
sábado, 30 de junio de 2012
Cuéntame una historia, o te mato.
A eso de las ocho de la tarde estaba sentado delante del
ordenador, pensando.
¿Quién? Yo mismo.
¿En qué? En nada útil. No se me
ocurría ninguna historia que contar.
Ahora,
cerca de la medianoche, ya tengo una. Y me pongo a ello.
Como digo,
eran las ocho ya pasadas, cuando he agarrado un listín telefónico. De hace
cuatro años. He escogido al azar el número de un tal Martínez (¡hay tantos!). Y
lo he marcado.
Siendo
desconocidos, y no teniéndonos mucho que decir, lo he dejado pasar como
equivocación. “Buenas noches; sí, buenas noches”. El segundo intento ha sido
casi un calco del primero, aunque, ¡ay! si solamente me dedicara a analizar el
mínimo cambio en el tono de la voz de la mujer con quien he hablado, ya tendría
otra historia que contar. A la tercera, en vez de contestar una mujer, lo ha
hecho un hombre. Quizás para hacerse el gallito conmigo.
—¿No ve que no es aquí?
—Yo no veo nada, señor
Martínez. Aquí es allí, allí es aquí.
—¿Qué dice?
—¿Es su mujer?
—¿Quién?
—¿La que ha cogido el
teléfono?
—¿Y a usted qué le importa?
—Pues…
—Espere
un momento… ¿no será de la empresa?
—Claro que soy de la empresa,
un compañero. En realidad, le quería dar una
noticia a su mujer.
—¿Buena o mala? Si es mala,
quizás será mejor que me la cuente primero a mí.
—Buena no es. Señor… ¿cómo se
llama usted?
—Tomás. ¿Y usted?
—¡Qué casualidad! Yo también
me llamo Tomás.
—Vaya, nunca me había dicho mi
mujer que tiene un compañero que se llama Tomás.
—Quizás lo confunda con usted.
—¿Cómo?
—No se preocupe. La cosa es
que…
Ya está a punto de caramelo. Él
solito me va a contar una historia esta noche. Estoy ya cansado de leer. Se me
fatigan los ojos. Y además, las bibliotecas no abren los domingos por la tarde.
—… ¿le importa si fumo?
—¿Fumar? Pero si usted está en
su casa. Claro que no me importa.
—Gracias. Antes de que le
cuente la noticia, ¿le puedo hacer una pregunta?
—Bueno, si…
—¿Usted bebe vino durante las
comidas?
—¿Qué tiene que…? No, no bebo.
—No mienta.
—¿Oiga?
—¿Qué?
—¿Quién es usted?
—Soy Tomás, el compañero de
trabajo de su mujer.
—¿Conoce siquiera el nombre de
ella?
—¿Y usted?
—¡Claro que…!
Creo que he
llevado las cosas demasiado lejos. Ella ahora le estará pellizcando con ganas en
el brazo para que le diga con quién está hablando. Apuro mi cigarrillo e
intento llevar las aguas al cauce que me interesa. Sigue él al aparato.
—Le aviso que aparece su
número en mi teléfono. Y por lo que veo, usted no debe vivir muy lejos de aquí.
Todos los del pueblo tienen un número parecido al suyo.
Un
demonio interior me hace complicarme más la vida.
—¿De qué pueblo se trata?
—Creo que usted
definitivamente se ha confundido. Dígame su nombre.
—Ya se lo he dicho. Me llamo Tomás.
Tiene mala memoria, ¿eh?
—No me ponga nervioso. Voy a
colgar. Buenas noches.
—¡No lo haga! Todavía no le he
dicho lo de su mujer.
—¿No será algo serio?
—¿Usted cree que le llamaría
un domingo a estas horas solamente para pasar el tiempo? Sí, es serio. ¿Sigue
ahí su mujer?
—Te… Teresa, ¿dónde estás?
—¿Acaso no la ve?
—Se ha debido de ir a la cocina.
¿Teresa?
—Mire bien a su derecha, Tomás.
—Coño, no está. [Gritando]
¿Teresa?
—Chúpate esa.
—¿Qué dice? ¿Oiga? ¿Qué broma
es esta?
—Tomás, no se da cuenta que
hace ya días que le cortaron el teléfono. ¿Con quién habla usted?
—Mire, graciosillo, estoy
hablando con usted ahora mismo. Oigo su voz, ¿sabe?
—De acuerdo. No nerviosee.
Tranquilo. ¿Qué cocina su mujer? ¿Huele a huevo frito?
—¿Cómo lo sabe?
—Mucha gente cena huevos
fritos en este país.
—Ya. Oiga, en serio, dígame
qué quiere. Suelte eso que tiene que decirme.
—No me mienta.
—Digo la verdad.
—No está en la cocina.
—Usted va a decirme dónde esta
ella, ¿eh?
—Sí. Está al lado suyo.
—Muy listo. Pues yo no la veo.
—Claro que no la ve. Es por
esto que le llamo. Su mujer está conmigo.
—Imposible. Si acaba de hablar
con usted por teléfono, aquí, hace un momento.
—Se la he robado. Y usted no
se ha dado cuenta.
—¿Teresa?
—Llame, llame.
—[Gritando] ¿Teresa? ¿Teresa?
—Hágase a la idea de que ya no
está con usted. Pero no se preocupe. Sólo la quiero para escuchar una historia.
Luego se la devuelvo.
—¿Una historia? ¿De qué tipo?
—Algo pornográfico. O lo que
es casi lo mismo, una historia de decadencia, proyectada en un cine 3D en Port-Aventura.
Sobre cómo ella no llega a fin de mes, palizas a un niño, locura, violencia,
medicamentos,… esas cosas, ya sabe. Algo duro y directo.
—Usted está...
—¿Loco? Despierte, Tomás.
Despierte. Buenas noches.
Y ella me
ha descrito tantos detalles en tan poco tiempo. Muchos, de los que es mejor no
escribir. Agarro lo que sería un mando a distancia, y pulso el botón de avance
rápido, para que nadie vea las escenas más duras. Primeros planos muy jodidos.
Lo que queda por contar es bien poco. Nada. No tiene interés. Los prolegómenos.
El final. Todo se conoce. He enviado a Teresa de vuelta a su casa. Su marido
creo que al final no se ha enterado. Por hoy, lo dejo aquí. ¿Lo intento otro día?
Estoy agotado.
by George R.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)