A eso de las ocho de la tarde estaba sentado delante del
ordenador, pensando.
¿Quién? Yo mismo.
¿En qué? En nada útil. No se me
ocurría ninguna historia que contar.
Ahora,
cerca de la medianoche, ya tengo una. Y me pongo a ello.
Como digo,
eran las ocho ya pasadas, cuando he agarrado un listín telefónico. De hace
cuatro años. He escogido al azar el número de un tal Martínez (¡hay tantos!). Y
lo he marcado.
Siendo
desconocidos, y no teniéndonos mucho que decir, lo he dejado pasar como
equivocación. “Buenas noches; sí, buenas noches”. El segundo intento ha sido
casi un calco del primero, aunque, ¡ay! si solamente me dedicara a analizar el
mínimo cambio en el tono de la voz de la mujer con quien he hablado, ya tendría
otra historia que contar. A la tercera, en vez de contestar una mujer, lo ha
hecho un hombre. Quizás para hacerse el gallito conmigo.
—¿No ve que no es aquí?
—Yo no veo nada, señor
Martínez. Aquí es allí, allí es aquí.
—¿Qué dice?
—¿Es su mujer?
—¿Quién?
—¿La que ha cogido el
teléfono?
—¿Y a usted qué le importa?
—Pues…
—Espere
un momento… ¿no será de la empresa?
—Claro que soy de la empresa,
un compañero. En realidad, le quería dar una
noticia a su mujer.
—¿Buena o mala? Si es mala,
quizás será mejor que me la cuente primero a mí.
—Buena no es. Señor… ¿cómo se
llama usted?
—Tomás. ¿Y usted?
—¡Qué casualidad! Yo también
me llamo Tomás.
—Vaya, nunca me había dicho mi
mujer que tiene un compañero que se llama Tomás.
—Quizás lo confunda con usted.
—¿Cómo?
—No se preocupe. La cosa es
que…
Ya está a punto de caramelo. Él
solito me va a contar una historia esta noche. Estoy ya cansado de leer. Se me
fatigan los ojos. Y además, las bibliotecas no abren los domingos por la tarde.
—… ¿le importa si fumo?
—¿Fumar? Pero si usted está en
su casa. Claro que no me importa.
—Gracias. Antes de que le
cuente la noticia, ¿le puedo hacer una pregunta?
—Bueno, si…
—¿Usted bebe vino durante las
comidas?
—¿Qué tiene que…? No, no bebo.
—No mienta.
—¿Oiga?
—¿Qué?
—¿Quién es usted?
—Soy Tomás, el compañero de
trabajo de su mujer.
—¿Conoce siquiera el nombre de
ella?
—¿Y usted?
—¡Claro que…!
Creo que he
llevado las cosas demasiado lejos. Ella ahora le estará pellizcando con ganas en
el brazo para que le diga con quién está hablando. Apuro mi cigarrillo e
intento llevar las aguas al cauce que me interesa. Sigue él al aparato.
—Le aviso que aparece su
número en mi teléfono. Y por lo que veo, usted no debe vivir muy lejos de aquí.
Todos los del pueblo tienen un número parecido al suyo.
Un
demonio interior me hace complicarme más la vida.
—¿De qué pueblo se trata?
—Creo que usted
definitivamente se ha confundido. Dígame su nombre.
—Ya se lo he dicho. Me llamo Tomás.
Tiene mala memoria, ¿eh?
—No me ponga nervioso. Voy a
colgar. Buenas noches.
—¡No lo haga! Todavía no le he
dicho lo de su mujer.
—¿No será algo serio?
—¿Usted cree que le llamaría
un domingo a estas horas solamente para pasar el tiempo? Sí, es serio. ¿Sigue
ahí su mujer?
—Te… Teresa, ¿dónde estás?
—¿Acaso no la ve?
—Se ha debido de ir a la cocina.
¿Teresa?
—Mire bien a su derecha, Tomás.
—Coño, no está. [Gritando]
¿Teresa?
—Chúpate esa.
—¿Qué dice? ¿Oiga? ¿Qué broma
es esta?
—Tomás, no se da cuenta que
hace ya días que le cortaron el teléfono. ¿Con quién habla usted?
—Mire, graciosillo, estoy
hablando con usted ahora mismo. Oigo su voz, ¿sabe?
—De acuerdo. No nerviosee.
Tranquilo. ¿Qué cocina su mujer? ¿Huele a huevo frito?
—¿Cómo lo sabe?
—Mucha gente cena huevos
fritos en este país.
—Ya. Oiga, en serio, dígame
qué quiere. Suelte eso que tiene que decirme.
—No me mienta.
—Digo la verdad.
—No está en la cocina.
—Usted va a decirme dónde esta
ella, ¿eh?
—Sí. Está al lado suyo.
—Muy listo. Pues yo no la veo.
—Claro que no la ve. Es por
esto que le llamo. Su mujer está conmigo.
—Imposible. Si acaba de hablar
con usted por teléfono, aquí, hace un momento.
—Se la he robado. Y usted no
se ha dado cuenta.
—¿Teresa?
—Llame, llame.
—[Gritando] ¿Teresa? ¿Teresa?
—Hágase a la idea de que ya no
está con usted. Pero no se preocupe. Sólo la quiero para escuchar una historia.
Luego se la devuelvo.
—¿Una historia? ¿De qué tipo?
—Algo pornográfico. O lo que
es casi lo mismo, una historia de decadencia, proyectada en un cine 3D en Port-Aventura.
Sobre cómo ella no llega a fin de mes, palizas a un niño, locura, violencia,
medicamentos,… esas cosas, ya sabe. Algo duro y directo.
—Usted está...
—¿Loco? Despierte, Tomás.
Despierte. Buenas noches.
Y ella me
ha descrito tantos detalles en tan poco tiempo. Muchos, de los que es mejor no
escribir. Agarro lo que sería un mando a distancia, y pulso el botón de avance
rápido, para que nadie vea las escenas más duras. Primeros planos muy jodidos.
Lo que queda por contar es bien poco. Nada. No tiene interés. Los prolegómenos.
El final. Todo se conoce. He enviado a Teresa de vuelta a su casa. Su marido
creo que al final no se ha enterado. Por hoy, lo dejo aquí. ¿Lo intento otro día?
Estoy agotado.
by George R.
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