jueves, 28 de junio de 2012

El Color De Tus Ojos Al Pintar


            Fue algo inesperado. Recibo una llamada del ayuntamiento. Quieren confirmar si en su momento realicé un cursillo subvencionado por ellos de animador sociocultural en el pueblo. Contesto que eso fue hace mucho tiempo; trece años para ser exactos. Y, además, los papeles han cambiado. Yo ya no estoy para dar ánimos, sino para recibirlos. “No se preocupe”, me suelta el teléfono; y añade que se trata del concurso anual de pintura al aire libre de Karhide. Quieren que forme parte del jurado. “¿Por qué no?”, me digo; “¿Cuándo es eso?”, le suelto al funcionario.

            El pasado domingo. Los artistas toman por un día el pueblo, con sus caballetes y tubos de pintura a cuestas, siendo obsequiados con una tarrina refrescante. A las seis de la tarde deben entregar sus obras. A las siete se reúne el jurado.

            ¿Tomar en serio a la propia pintura, a la obra, o, al artista? Hacerlo con ambos está fuera de toda cuestión. Se complicaría tanto la decisión que todavía estaría en aquella sala del ayuntamiento, discutiendo sobre los méritos de cada bastidor/autor. Pero como no estaba presente el pintor, nos tuvimos que contentar con la obra. Y, por cierto, ganó una que a mí personalmente no me decía nada. Sin embargo, en cuanto conocí a su autor, pensé que el jurado en su totalidad había actuado con gran sabiduría. Era un vecino mío, de siete años, que eligió como objeto de sus pinceladas el campo de fútbol local. Verde que te quiero verde; o, por estos lares, regadío que te quiero regadío. Tiene futuro el chaval, ya lo creo.

            De todas maneras, me veo obligado a recordar, e intentar describir aquí, imágenes que se me han quedado grabadas para siempre. Sin razones aparentes que lo justifiquen, cinco trabajos, evidentemente de artistas diferentes, pues se trata de un concurso de una obra por persona, trataron de pintar el edificio del ayuntamiento en llamas. Quizás se reunieron los cinco en el mismo lugar, a la misma hora, e hicieron algún tipo de apuesta. O fueron comprados; o vendidos. No lo sé.
Otros trabajos de mérito: Una farmacia perfectamente copiada de la realidad, solo que con una gran cruz pintada en negro, y con el brazo vertical más alargado que el horizontal, pintado este último casi en la base del primero.
Un balcón abarrotado de gente y de banderitas, observando con alegría el paso de una serpiente gigante. La estación de autobuses se convirtió para otro artista en un lugar lleno de inútiles televisores. Un anciano leyendo, en un banco, un periódico que le ha seccionado las piernas al apoyarlo en ellas.
La pequeña catedral fue también objeto de muchas posibilidades pincelísticas. Fue envuelta en papel de regalo; rodeada con una jaula; se imaginó sin techo alguno, repleta de lagartijas por dentro; también fue llevada al cielo, entre blancas nubes y globos de muchos colores.
A alguien se le ocurrió describir la noche de Karhide con paraguas bajo una tormenta inexistente.
Por supuesto, abundaban las obras que describían tal cual es el pueblo, ya usando estilos realistas, o más  abstractos, con intenciones puramente de entretenimiento visual.

¿Quieren que les cuente cuál fue el lienzo que verdaderamente me gustó más? Una gran araña marrón, a lo largo de una pared verde, y plasticosa, junto a una cama de hospital, en la que descansan dos patas que ya han soltado dos grandes huevos. No sé quién es el autor, pero agradecería se pusiera en contacto conmigo a través de este blog local.

Y, sin haber podido ver su obra finalizada, recuerdo los ojos de un anciano pintor que concursaba aquel domingo por la mañana. Pintaba con frenesí, agarrando el pincel como si estuviera montando nata con unas varillas. Su mirada se perdía más allá de lo que veía. Entreví un manchón rojo oscuro en su lienzo. Mis compañeros de jurado me llamaron. Dejé a aquel hombre con su obra. Pero me dijo algo, antes de alejarme definitivamente de él:

“¿Usted sabe lo que es intentar retratar el pueblo donde uno ha nacido imaginando con todas las fuerzas posibles que ya no existe?” 

by George R.

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