Ayer me apareció el chaval en casa con cara de bastante preocupación. Le hice un test de la verdad (que me costó 112€, tarifa plana de preguntas para mí, un nuevo móvil para él) y rápidamente se confesó. Resultó que el profe de economía les había puesto un examen “imposible” de realizar. “No hemos dado casi nada de eso en clase, papá”, me dijo. “Vana excusa, por supuesto”, pensé yo. Sin embargo, cuando lo puso delante de mis narices, el examen, yo también me quedé sorprendido. No conseguí entender su lógica.
Me he pasado toda la noche examinando mentalmente la pregunta, y la información que se ofrece para responderla, y creo que, tras arduos esfuerzos intelectuales, a los que tampoco estoy del todo acostumbrado, no he conseguido llegar a una respuesta que más o menos pueda dar el pego.
La pregunta era tal que:
¿Qué relaciones de oferta y demanda puedes detectar, sugerir, o detallar entre las siguientes funciones de dispersión?
Y a continuación, ofrezco las funciones, tal y como me las dibujó mi hijo:
Función 2: (número de libros/número de horas invertidas en lectura).
Función 3: (número de personas en edad de trabajar/número de horas trabajadas).
¿Qué? ¿Fácil, eh? Así les tratan a los chavales en la universidad, como si fueran una especie de Einsteins que deben luego reciclarse en otra especie de Eisensteins (por aquello del Potemkin). Pobres.
Esta mañana, tras levantarnos media hora antes de lo habitual, y ante un espléndido desayuno a base de muesli caducado y leche bien calentita, mi hijo y yo nos hemos puesto a discutir el asunto. Él parece haberse levantado más despierto que yo.
—Mira, papá, la primera función es muy fácil de interpretar. Cualquiera que tenga una colección más o menos extensa de cds sabe que hay unos pocos que son escuchados muchas veces, otros muchos que se escuchan de vez en cuando, y otros pocos a los que apenas se les da una oportunidad.
—¿Cómo? ¿Y para eso te compraba yo los cds? ¿Para que me digas ahora que sólo escuchas tres o cuatro?
—Eso es otro asunto, papá. Además, hace mucho que ya no te doy la brasa con este tema.
—Porque los consigues en Internet, no te hagas el santo, hijo.
—Bueno, déjalo. Como te digo, la primera está bien clara. La segunda, la de los libros, se le parece bastante. La línea vertical nos indica que esos libros están en la balda, sin haber sido leídos todavía.
—¿Y de esos tienes muchos, hijo?
—Vaya, unos cuantos.
—Jóder.
—Vamos, venga, no te cabrees. Lo importante es que la curva de la segunda función es menos pronunciada que la de la primera. ¿Sabes por qué?
—Ni idea, chaval. Supongo que porque nadie lee hoy en día.
—Se nota, papá, se nota. El tema es que el número de horas que dedicamos a un libro es más uniforme, si es que nos lo terminamos, claro. En general, la gente que lee, tiende a leer más libros cortos que largos; más ensayos de Punset que novelas de Dickens, por ejemplo. Así, uno invierte más horas leyendo a Dickens, pero a la vez, lee menos libros. Otro, lee más libros, pero mete menos horas en cada uno de ellos. ¿Entiendes?
—Sigue, hijo, sigue.
—Bueno, pues llegamos a la tercera función.
—Ya lo veo. Para mí ésta es la más fácil. Esa curva no la entiende ni el ministro. Por eso, la respuesta que os pedía el profesor es que las dos primeras funciones siguen una misma lógica, y la tercera, no.
—Papá, si te conformas con ese análisis, lo único que consigues es librarte del cero. A lo sumo, llegarías a un uno.
—No te pases, chaval. Entonces, ¿qué?
—Veo dos posibles explicaciones. La primera es que esa especie de hoz que se forma en la función…
—¿Hoz? ¿Dónde ves tú una hoz, merluzo?
—¡No te pongas nervioso, papá! Mira, te la recalco, dibujando una línea paralela. ¿Ves?
—Ya, sí, la veo, pero déjate de hoces, lo que hace falta es un martillo, hijo, un buen martillo.
—No empieces con eso otra vez. A ver, la parte de la función que corresponde a la hoz, que también se puede interpretar como un interrogante…
—¿Como un qué?
—Sí, ¿no lo ves? Es el signo ortográfico que cierra una pregunta.
—Buena pregunta es, por cierto.
—Pues creo que tiene respuesta papá. Esta hoz, o signo de interrogación, no es sino lo que se suele denominar como economía sumergida. Esa gente que hace como que no trabaja, y que marea toda la función.
—Muy bien, hijo. Y, supongo que las personas que están a la altura del cero son lo que realmente están paradas.
—Así es, papi. Perfecto.
—Bueno, ¿y se puede saber qué tiene que ver la función 3 con la 1 y 2?
—En este país, mucho. En otros países tan avanzados como Alemania, la función 3 sería una especie de bulto negro y estirado hacia arriba.
—Y tan negro, hijo.
—Sí, todo muy concentrado. Muchos con sus ocho horas; otros muchos con un par de ellas. Pero moviendo el culo, como se suele decir.
—Muy bien, hijo, entonces…
—Está claro, papá. La tercera función se acerca mucho a la primera y segunda, en el caso de este país, simplemente porque los trabajadores son tratados como una colección de cds o libros. Muchos no se usan; pocos, se explotan. En el caso de la segunda, los libros que están en las baldas serían los parados de larga duración. Y al ritmo que lee la gente, casi es mejor que te escuchen una vez que ninguna, como a un pobre cd de saldo. En resumen, la primera función es más apetecible que la segunda. ¿Qué me dices?
—¿Decirte de qué? No pensarás que el profesor te va a aprobar si le empiezas a hablar de Dickens y de hoces y de martillos.
—Los martillos son cosa tuya, papá, no me metas en el ajo. Lo de Dickens tiene un claro porqué. Él representa a los indefinidos; o sea, quality books, quality jobs. Punset, por la duración de su lectura, a los eventuales; mal asunto el suyo, papi. Me voy. A ver qué piensa el profe. Hoy nos lo va a explicar él.
—Le dices de mi parte que os proponga funciones menos sospechosas. ¿Me oyes, hijo? ¿Y cómo es que después de haberte prometido comprarte ese teléfono móvil te lo sepas todo tan bien? ¿Eh? ¿ME OYES?
by George R.
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