Últimamente, aparte de dedicarme como siempre a la ficción, tiendo a leer más ensayos, artículos, y entrevistas (como así lo sugerí en mi última entrada).
Y, en consecuencia, hoy también soy yo quien escribo. Y me fijo en un famosísimo escritor, (europeo, para más señas). Su artículo “La lectura, el nuevo vicio”, de 1930, comienza tal que así:
“Creo que el nivel cultural en América y Europa puede elevarse a algo aproximado a la cima que alcanzó entre los griegos en la era de Pericles”.
La frase, por decir algo, tiene cojones. Todos sabemos hoy en día que casi nadie sabe quién era Pericles; americanos y europeos nos hemos aproximado al nivel cultural griego, sin duda, sobre todo si nos comparamos con el que debe existir en el invierno antártico.
Sigue:
“Pero los medios que yo utilizaría para conseguirlo serían precisamente los opuestos a los que en general proponen educadores e inspiradores intelectuales. Ellos multiplicarían el material de lectura y abaratarían la impresión; yo restringiría el primero a través del simple expediente de hacer del segundo algo prohibitivamente costoso. Un impuesto del 4.000 o 5.000 por ciento sobre el papel, aplicado simultáneamente por un acuerdo internacional, en todos los países del mundo, lograría más por la popularización de la cultura, estoy convencido, que cualquier cantidad de bibliotecas y ediciones económicas, enciclopedias y antologías”.
Sigue:
“La lectura (de periódicos, revistas y ficción) es nuestro opio y anestesia universales. No leemos para estimularnos a pensar, sino para prevenir el pensamiento; no para enriquecer nuestras almas, sino para matar el tiempo y distraer la percepción; no para estar completamente vivos, sino con el fin de permanecer menos vitalmente conscientes de la realidad circundante… La impresión barata ha inundado el mundo con un respetable sustituto del alcohol y la cocaína. … Si los políticos utilizaran un poco la razón añadirían periódicos y revistas a la lista de intoxicantes degradantes, cuyo tráfico debería ser prohibido o al menos estrictamente controlado”.
Sigue:
“Del mismo modo, mi prohibición de la impresión promiscua convertirá a miles de hombres y mujeres previamente iletrados o amantes de revistas en lectores impenitentes. Lo prohibido es siempre lo deseado, y valoramos más aquello que es raro y difícil de encontrar”.
Semejantes afirmaciones fueron precisamente publicadas en una revista, Vanity Fair, agosto de 1930. Revista, que por cierto, se sigue publicando a día de hoy, 82 años más tarde. Se puede leer en inglés, castellano, o italiano, según manías y gustos. Como tantas otras. Disponible gratuitamente en la mayoría de las bibliotecas públicas.
Si es que parece que el artículo lo escribe algún máximo censor soviético; o un antiguo proto-fascista americano. Pues no es el caso. Lo firmó Aldous Huxley, antes de que saliera a la luz su “Brave New World”.
Puedo entender la intención de Huxley al escribir el artículo, pero no me ha gustado nada su actitud hacia la ficción, sobre todo porque él siempre luchó por convertirse más en novelista-ensayista que en ensayista-científico. Su primera novela, “Los escándalos de Crome” (1921), no deja de ser una novelucha imitadora de Jane Austen, eso sí, con inteligentes análisis psicológicos que de alguna manera prefiguran su “Brave New World”.
Huxley seguirá siendo uno de mis escritores favoritos por siempre, pero aún y todo, hoy lo critico con saña. Su artículo de hace 82 años me recuerda demasiado a ese escritorzuelo español que fue corresponsal de guerra en los Balcanes, y que cada domingo escribe artículos que normalmente me dan ganas de vomitar. Al igual que la degeneración de libertad mental en la que ha caído otro escritor español, de los mejores, llamado Javier Marías; quien se ha ahogado en su propia bilis.
No ya leer el “Hola”, o el “Muy Interesante”. ¿Qué pensar si alguien nos viene diciendo que el escribir se ha convertido en un vicio? Muchos tenemos al alcance de las manos un teclado de ordenador; montas un blog si te da la gana, y adelante, como si te metieras una rayina de coca. ¿Y qué? ¿Qué pasa? ¿Escribo para no pensar? ¿O escribo porque pienso? Qué más da. Quizás también habría que racionar el número de blogs. Limitarlos en un número suficiente como para que el vago lector y escritor pague por acceder a ellos, y se culturice como Dios manda.
¡Pero si ahora mismo lo que más me interesaría leer es el blog del vecino del segundo! Es electricista, me hizo un favor hace poco. Me gustaría saber más sobre él. Simplemente esto. ¿Es mucho pedir? Es casi tan sencillo como leer a Ballard o a mi vecino. Lo demás, casi no importa. Es a esto a lo que hemos llegado, y no vale la pena darle más vueltas. Me da por el culo saber quién era Pericles. O Sófocles. El día que se me crucen en el camino, o bien los deifico, o bien, les doy una patada en los cojones. Sin término medio.
Huxley fue un intelectual gustoso de analizar a los intelectuales; a esto lo llamo yo perder el tiempo. Si le pusiéramos en combate con Orwell, éste le daría tal sarta de ostias objetivas acerca de la intelectualidad, que Aldousito se iría a casa a estudiar medicina, (dejando de lado la literatura). Pero esto no ocurrió. Quizás por menos de lo que nos hacen creer.
Que la gente lea y escriba lo que buenamente pueda, alabado sea el Señor.