miércoles, 29 de febrero de 2012

¡Peligro!: No escribir

            Últimamente, aparte de dedicarme como siempre a la ficción, tiendo a leer más ensayos, artículos, y entrevistas (como así lo sugerí en mi última entrada). 
           
Y, en consecuencia, hoy también soy yo quien escribo. Y me fijo en un famosísimo escritor, (europeo, para más señas). Su artículo “La lectura, el nuevo vicio”, de 1930, comienza tal que así:
           
Creo que el nivel cultural en América y Europa puede elevarse a algo aproximado a la cima que alcanzó entre los griegos en la era de Pericles”.
           
La frase, por decir algo, tiene cojones. Todos sabemos hoy en día que casi nadie sabe quién era Pericles; americanos y europeos nos hemos aproximado al nivel cultural griego, sin duda, sobre todo si nos comparamos con el que debe existir en el invierno antártico.

            Sigue:
            Pero los medios que yo utilizaría para conseguirlo serían precisamente los opuestos a los que en general proponen educadores e inspiradores intelectuales. Ellos multiplicarían el material de lectura y abaratarían la impresión; yo restringiría el primero a través del simple expediente de hacer del segundo algo prohibitivamente costoso. Un impuesto del 4.000 o 5.000 por ciento sobre el papel, aplicado simultáneamente por un acuerdo internacional, en todos los países del mundo, lograría más por la popularización de la cultura, estoy convencido, que cualquier cantidad de bibliotecas y ediciones económicas, enciclopedias y antologías”.

            Sigue:
            La lectura (de periódicos, revistas y ficción) es nuestro opio y anestesia universales. No leemos para estimularnos a pensar, sino para prevenir el pensamiento; no para enriquecer nuestras almas, sino para matar el tiempo y distraer la percepción; no para estar completamente vivos, sino con el fin de permanecer menos vitalmente conscientes de la realidad circundante… La impresión barata ha inundado el mundo con un respetable sustituto del alcohol y la cocaína. … Si los políticos utilizaran un poco la razón añadirían periódicos y revistas a la lista de intoxicantes degradantes, cuyo tráfico debería ser prohibido o al menos estrictamente controlado”.

            Sigue:
            Del mismo modo, mi prohibición de la impresión promiscua convertirá a miles de hombres y mujeres previamente iletrados o amantes de revistas en lectores impenitentes. Lo prohibido es siempre lo deseado, y valoramos más aquello que es raro y difícil de encontrar”.

            Semejantes afirmaciones fueron precisamente publicadas en una revista, Vanity Fair, agosto de 1930. Revista, que por cierto, se sigue publicando a día de hoy, 82 años más tarde. Se puede leer en inglés, castellano, o italiano, según manías y gustos. Como tantas otras. Disponible gratuitamente en la mayoría de las bibliotecas públicas.

            Si es que parece que el artículo lo escribe algún máximo censor soviético; o un antiguo proto-fascista americano. Pues no es el caso. Lo firmó Aldous Huxley, antes de que saliera a la luz su “Brave New World”.

            Puedo entender la intención de Huxley al escribir el artículo, pero no me ha gustado nada su actitud hacia la ficción, sobre todo porque él siempre luchó por convertirse más en novelista-ensayista que en ensayista-científico. Su primera novela, “Los escándalos de Crome” (1921), no deja de ser una novelucha imitadora de Jane Austen, eso sí, con inteligentes análisis psicológicos que de alguna manera prefiguran su “Brave New World”.

            Huxley seguirá siendo uno de mis escritores favoritos por siempre, pero aún y todo, hoy lo critico con saña. Su artículo de hace 82 años me recuerda demasiado a ese escritorzuelo español que fue corresponsal de guerra en los Balcanes, y que cada domingo escribe artículos que normalmente me dan ganas de vomitar. Al igual que la degeneración de libertad mental en la que ha caído otro escritor español, de los mejores, llamado Javier Marías; quien se ha ahogado en su propia bilis. 

            No ya leer el “Hola”, o el “Muy Interesante”. ¿Qué pensar si alguien nos viene diciendo que el escribir se ha convertido en un vicio? Muchos tenemos al alcance de las manos un teclado de ordenador; montas un blog si te da la gana, y adelante, como si te metieras una rayina de coca. ¿Y qué? ¿Qué pasa? ¿Escribo para no pensar? ¿O escribo porque pienso? Qué más da. Quizás también habría que racionar el número de blogs. Limitarlos en un número suficiente como para que el vago lector y escritor pague por acceder a ellos, y se culturice como Dios manda.

¡Pero si ahora mismo lo que más me interesaría leer es el blog del vecino del segundo! Es electricista, me hizo un favor hace poco. Me gustaría saber más sobre él. Simplemente esto. ¿Es mucho pedir? Es casi tan sencillo como leer a Ballard o a mi vecino. Lo demás, casi no importa. Es a esto a lo que hemos llegado, y no vale la pena darle más vueltas. Me da por el culo saber quién era Pericles. O Sófocles. El día que se me crucen en el camino, o bien los deifico, o bien, les doy una patada en los cojones. Sin término medio.

            Huxley fue un intelectual gustoso de analizar a los intelectuales; a esto lo llamo yo perder el tiempo. Si le pusiéramos en combate con Orwell, éste le daría tal sarta de ostias objetivas acerca de la intelectualidad, que Aldousito se iría a casa a estudiar medicina, (dejando de lado la literatura). Pero esto no ocurrió. Quizás por menos de lo que nos hacen creer.

            Que la gente lea y escriba lo que buenamente pueda, alabado sea el Señor. 


           

miércoles, 22 de febrero de 2012

Entrevistas

Hoy soy yo, o lo que es lo mismo, soy yo quien escribe.

Dejo dos links a páginas de entrevistas. La primera, de escritores; la segunda, de músicos.

Los dos lugares creo que tienen la suficiente calidad y cantidad como para interesar al lector medio.

De entre las entrevistas a escritores, elijo la que se hizo al escritor V.S. Naipaul (otoño 1998, antes de que se le diera el Nobel). Naipaul, considerado como el mejor escritor en prosa inglesa vivo, nació en 1932 en Trinidad (aunque de familia hindú emigrada desde la India un par de generaciones antes).
A poco que se lea sobre su vida y pensamiento, saltan las alarmas. He is a despicable man! 
Pero su obra es portentosa. Es una leyenda viva de la literatura inglesa. 


http://www.theparisreview.org/interviews/1069/the-art-of-fiction-no-154-v-s-naipaul

En general:
http://www.theparisreview.org/interviews


De esta página de entrevistas a músicos, 

http://www.innerviews.org/interviews.html (la mayoría corresponden a viejunas, es lo que hay),

elijo la que se hizo a Mick Karn en 1996.

http://www.innerviews.org/inner/karn.html

Mick, que murió hace un año y poco, fue el bajista del grupo inglés "Japan", antes de darse a todo tipo de experimentación musical. Ya es bueno escuchar los viejos discos de "Japan". Mejor, saber cómo se pudo ir todo a la mierda por culpa de los egos (el mayor, el de David Sylvian, vocalista).

El caso típico de grupo que conoce la fama, después la discusión y la pelea, y más tarde, una relativa reconciliación. Pero el tiempo no perdona... La entrevista es sugerente, sobre todo su segunda parte, y para esos seres tan raros como son los bajistas, más.

Y dejo un vídeo (por aquello de la nostalgia).


Japan - Quite Life, 1981

sábado, 11 de febrero de 2012

Curvas Peligrosas

               Ayer me apareció el chaval en casa con cara de bastante preocupación. Le hice un test de la verdad (que me costó 112€, tarifa plana de preguntas para mí, un nuevo móvil para él) y rápidamente se confesó. Resultó que el profe de economía les había puesto un examen “imposible” de realizar. “No hemos dado casi nada de eso en clase, papá”, me dijo. “Vana excusa, por supuesto”, pensé yo. Sin embargo, cuando lo puso delante de mis narices, el examen, yo también me quedé sorprendido. No conseguí entender su lógica.


            Me he pasado toda la noche examinando mentalmente la pregunta, y la información que se ofrece para responderla, y creo que, tras arduos esfuerzos intelectuales, a los que tampoco estoy del todo acostumbrado, no he conseguido llegar a una respuesta que más o menos pueda dar el pego. 



            La pregunta era tal que:



            ¿Qué relaciones de oferta y demanda puedes detectar, sugerir, o detallar entre las siguientes funciones de dispersión?



            Y a continuación, ofrezco las funciones, tal y como me las dibujó mi hijo: 



           
Función 1: (número de cds de música/número de horas escuchadas). 




Función 2: (número de libros/número de horas invertidas en lectura). 





Función 3: (número de personas en edad de trabajar/número de horas trabajadas). 



              ¿Qué? ¿Fácil, eh? Así les tratan a los chavales en la universidad, como si fueran una especie de Einsteins que deben luego reciclarse en otra especie de Eisensteins (por aquello del Potemkin). Pobres. 

              Esta mañana, tras levantarnos media hora antes de lo habitual, y ante un espléndido desayuno a base de muesli caducado y leche bien calentita, mi hijo y yo nos hemos puesto a discutir el asunto. Él parece haberse levantado más despierto que yo. 

              —Mira, papá, la primera función es muy fácil de interpretar. Cualquiera que tenga una colección más o menos extensa de cds sabe que hay unos pocos que son escuchados muchas veces, otros muchos que se escuchan de vez en cuando, y otros pocos a los que apenas se les da una oportunidad.

                 
                  —¿Cómo?  ¿Y para eso te compraba yo los cds? ¿Para que me digas ahora que sólo escuchas tres o cuatro?


                  Eso es otro asunto, papá. Además, hace mucho que ya no te doy la brasa con este tema.


                  Porque los consigues en Internet, no te hagas el santo, hijo.


                  Bueno, déjalo. Como te digo, la primera está bien clara. La segunda, la de los libros, se le parece bastante. La línea vertical nos indica que esos libros están en la balda, sin haber sido leídos todavía.


                  ¿Y de esos tienes muchos, hijo?


                  Vaya, unos cuantos.


                  Jóder.


                  Vamos, venga, no te cabrees. Lo importante es que la curva de la segunda función es menos pronunciada que la de la primera. ¿Sabes por qué?


                  Ni idea, chaval. Supongo que porque nadie lee hoy en día.


                  Se nota, papá, se nota. El tema es que el número de horas que dedicamos a un libro es más uniforme, si es que nos lo terminamos, claro. En general, la gente que lee, tiende a leer más libros cortos que largos; más ensayos de Punset que novelas de Dickens, por ejemplo. Así, uno invierte más horas leyendo a Dickens, pero a la vez, lee menos libros. Otro, lee más libros, pero mete menos horas en cada uno de ellos. ¿Entiendes?


                  ­Sigue, hijo, sigue.


                  Bueno, pues llegamos a la tercera función.


                  Ya lo veo. Para mí ésta es la más fácil. Esa curva no la entiende ni el ministro. Por eso, la respuesta que os pedía el profesor es que las dos primeras funciones siguen una misma lógica, y la tercera, no.


                  Papá, si te conformas con ese análisis, lo único que consigues es librarte del cero. A lo sumo, llegarías a un uno.


                  No te pases, chaval. Entonces, ¿qué?


                  Veo dos posibles explicaciones. La primera es que esa especie de hoz que se forma en la función…


                  ¿Hoz? ¿Dónde ves tú una hoz, merluzo?


                  —¡No te pongas nervioso, papá! Mira, te la recalco, dibujando una línea paralela. ¿Ves?


      —Ya, sí, la veo, pero déjate de hoces, lo que hace falta es un martillo, hijo, un buen martillo.

                 
                —No empieces con eso otra vez. A ver, la parte de la función que corresponde a la hoz, que también se puede interpretar como un interrogante…


                  ¿Como un qué?


                  Sí, ¿no lo ves? Es el signo ortográfico que cierra una pregunta. 


                  Buena pregunta es, por cierto.


                  Pues creo que tiene respuesta papá. Esta hoz, o signo de interrogación, no es sino lo que se suele denominar como economía sumergida. Esa gente que hace como que no trabaja, y que marea toda la función.


                  Muy bien, hijo. Y, supongo que las personas que están a la altura del cero son lo que realmente están paradas.


                  Así es, papi. Perfecto.


                  Bueno, ¿y se puede saber qué tiene que ver la función 3 con la 1 y 2?


                  En este país, mucho. En otros países tan avanzados como Alemania, la función 3 sería una especie de bulto negro y estirado hacia arriba.


                  Y tan negro, hijo.


                  Sí, todo muy concentrado. Muchos con sus ocho horas; otros muchos con un par de ellas. Pero moviendo el culo, como se suele decir.


                  Muy bien, hijo, entonces…


                  Está claro, papá. La tercera función se acerca mucho a la primera y segunda, en el caso de este país, simplemente porque los trabajadores son tratados como una colección de cds o libros. Muchos no se usan; pocos, se explotan. En el caso de la segunda, los libros que están en las baldas serían los parados de larga duración. Y al ritmo que lee la gente, casi es mejor que te escuchen una vez que ninguna, como a un pobre cd de saldo. En resumen, la primera función es más apetecible que la segunda. ¿Qué me dices?                  


                  ¿Decirte de qué? No pensarás que el profesor te va a aprobar si le empiezas a hablar de Dickens y de hoces y de martillos.


                  Los martillos son cosa tuya, papá, no me metas en el ajo. Lo de Dickens tiene un claro porqué. Él representa a los indefinidos; o sea, quality books, quality jobs. Punset, por la duración de su lectura, a los eventuales; mal asunto el suyo, papi. Me voy. A ver qué piensa el profe. Hoy nos lo va a explicar él.


                  Le dices de mi parte que os proponga funciones menos sospechosas. ¿Me oyes, hijo? ¿Y cómo es que después de haberte prometido comprarte ese teléfono móvil te lo sepas todo tan bien? ¿Eh? ¿ME OYES?



by George R.

jueves, 9 de febrero de 2012

Baño De Multitudes

            Si queréis saber qué es lo que hacía yo allí, debéis ser pacientes. Antes tengo que contaros qué es lo que hacían ellos. Gritaban, como energúmenos; como en una matanza de cerdos colectiva. Revolcaban sus cuerpos en un suelo compuesto por mullidas alfombras orientales de saldo. Se manchaban poco a poco, sin importarles; y menos importa decir de qué, o con qué. No sé quién los incitaba a reírse, pero ataques selectivos de salvaje y delirante risa sobrevolaban sobre aquella improvisada granja de seres humanos. La música que atronaba en el alfombrado salón era del mismo tipo que se suele escuchar en cualquier tienda del grupo Inditex; agotadora, especialmente compuesta para hacer desatar en nuestro cerebro la pura acción por la acción; o pagas, o te largas. Cualquier otra posibilidad, acaba contigo. Si la hubieran podido bailar, esta música, Bakunin y sus camaradas, otro gallo nos cantaría. Pero la máquina no llegó a tiempo. Y nosotros tampoco.
La cuidada iluminación hacía las veces de madre superiora en aquel convento salido de una novela de Matheson; añadiendo al conjunto un intenso olor a incienso. En un momento dado me tuve que apartar para que un reguero de sangre no me alcanzara en la pernera derecha del pantalón. Hacía calor. Todos sudábamos en abundancia. A pesar de ser verano, el sistema de calefacción de la mansión funcionaba a toda potencia. Fuera, en los prados adyacentes, hasta los gorriones escuchaban lo que ocurría dentro. 
            El cansancio empezó a hacer mella en los participantes. Ya no se movían con tantas ganas como al principio. Poco a poco, haciendo como que pensaban en un próximo movimiento, o cabriola, algunos hombres se quedaban tumbados por algunos segundos, exhaustos. Los gritos pasaron a ser rugidos. Aumentó el volumen de la música. Alguien lanzó un objeto contra uno de los ventanales. Ruido de cristales. Los tapices que adornaban las paredes, de terciopelo, ennegrecidos por el paso del tiempo, se mecían a su ritmo, ajenos al espectáculo que presenciaban. Las diversas herramientas que veía por doquier, tenazas, sierras, martillos, destornilladores, consoladores, iban perdiendo su utilidad. La sola fuerza humana se iba haciendo con el poder en la estancia. El olor a incienso se agudizó; como el humo que provocaba el lento consumir de las innumerables varillas que estaban a la vista. 
            De repente, como si se hubieran puesto todos de acuerdo, el ritmo de aquel baile de cuerpos se incrementó. Los rugidos pasaron a ser jadeos. Y algunos de los hombres, los que podían moverse por sus propios medios, empezaron a retirarse de la sala. Los demás, tumbados, esperaban nuevas órdenes.

            Mi misión había acabado. Filmé lo mejor que pude.

            Y ahora que estoy montando el material, delante vuestro, no dejo de preguntarme por qué aquellos hombres disfrutan con lo que hacen. En mi opinión, arriesgan demasiado. Abusan indolentemente de su juventud; y de su salud. Más les valdría beberse un par de botellas de güisqui, si lo que quieren es olvidar. O hacerse escoltas de seguridad en algún país de esos, si desean recordar gloriosas batallas en un lejano futuro. Sin embargo, les deben de pagar muy bien. Lo mismo da. Esperad a que salga a la venta el dvd. Por primera vez en vuestras vidas, podréis ver los únicos y auténticos entresijos del cerebro de un hombre.  

by George R.

miércoles, 8 de febrero de 2012

En La Frontera: a) pesadilla 5:22 a.m., b) un sueño 5:27 a.m., c) el sueño 6:45 a.m.

            Desde el balcón observo el bullicio de la calle. A la altura de mis ojos lucen decenas de antiguas y bombeadas bombillas. Multicolores, y decoradas con esmero por las vecinas del barrio. Y el cartón-piedra, el plástico, el humo del petardo, el ruido a fiesta, el olor a cerveza, el grito pelado, el flash de las cámaras recién estrenadas. Me retiro. Dos o tres jóvenes han entrado en mi casa. Se sirven copas. No sé muy bien de qué charlan; no me parece del todo anormal. Van a lo suyo, evidentemente. No hablo con ellos.
            Me pongo a leer, en una hojita mal impresa, mi horario de trabajo para el día siguiente. No sé si alguno de ustedes ha tenido la oportunidad de observar en la Red las tribulaciones de un envío postal a través del moderno servicio de seguimiento que ofrecen las compañías dedicadas a la mensajería. ¡Cuántas entradas y salidas! Sobre todo si el paquete se acerca desde el Lejano Oriente. En el papel que tengo entre manos, en la parte final, se indica: entrega en Hamburgo, 12h. Es decir, mañana debería estar en Hamburgo, ¡al mediodía! Me veo conduciendo el camión. ¿Le aviso a mis padres del repentino plan? Tengo que hacer la maleta, pero, ¿qué cojones hace esta gente en mi habitación, sirviéndose copazos mientras yo debería estar durmiendo? ¿Y ella? ¿Dónde está ella? No la veo. Le llamo. Quizás ha bajado a tomarse algo. Cosa rara, pues estaba muy cansada después de un largo día en la fábrica. Suenan los tonos de llamada. Alguien debería de decir algo cuando dejo de escuchar los “pi pi pi”. Pero no escucho nada. Acaso el sonido de la propia fiesta.


***

            Me encuentro en la frontera entre los condados de Berkshire y Hampshire, Inglaterra. Veo un cartel justo al lado de la carretera, cercano al único pub de Eversley, que indica: “Bienvenido al condado en el que nació Jane Austen”. Días más tarde me compraré una novelita, de las primeras que escribió Jane, “Catherine, or The Bower”, en una librería de Reading. Pero primero me bebo un par de pintas con un conocido, nacido en Manchester, en ese mismo pub. Después, me veo comiendo galletas compulsivamente en la cocina de mi piso compartido. Estoy solo. Escucho el “Tago Mago” de los Can, seguramente porque estoy solo. Y algo asustado.
            En esos tiempos anteriores a leer a Jane, me acuesto con “Moll Flanders”, todavía lejos de poder ir a Londres, y echar un tardío vistazo a los lugares que el mismísimo Dickens visitó. El autor de “David Copperfield” también nació en Hampshire, pero en la frontera con Berkshire no se hace referencia a él.


***

            Hasta 1998, al menos en este país, con sede en Madrid, existía una empresa dedicada a la producción y comercialización de calcetería: Berkshire International Corporation. 25 años protegiendo pies y tobillos. Escribo esto sin ánimos publicitarios, mas fue ayer cuando, tomando un café con un par de buenos amigos, observé lo siguiente:





            En aquel momento no sabía qué anunciaba la bolsa. Pero me quedé impresionado con las letras Berkshire estampadas en ella. Se me vino a la cabeza aquella señal de bienvenida al mundo de Jane Austen. El sempiterno color verde del campo inglés; el encarnado y doble autobús recorriéndolo. Las galletas No Frills; ídem, con el queso cheddar. La música de Can. Me entró hambre en la cafetería. Salimos a fumar.
            Tras la correspondiente y posterior investigación en la soledad de mi casa, averiguo la conexión entre la bolsa y la empresa de calcetines. Más tarde, atisbé uno, en lo más hondo de un viejo tambor de lavadora, reseco, olvidado. No sé si sucio, o limpio, pero sí que abandonado a su suerte, esperando a reencontrarse con su hermano cuasi-gemelo.
            Pienso en el cariño con el que, seguramente una máquina hembra, ha tejido el “Ejecutivo” que una vez habitó en el interior de la bolsa. Destinado a vestir el pie de alguien importante, que ha sido regalado con el otro par, y unos cuantos más, puestos a la venta en una práctica caja de cartón, que se vende al público con el acompañamiento de la bolsa de plástico que delata todo el conjunto. La madre de este gran personaje, la autora material de la compra, más tarde, aprovecha la bolsa para hacer ulteriores compras en la ciudad, tomándose después su merecido descanso en una tranquila y céntrica cafetería.
            Cariño desmesurado. Allá lejos, la cosedora es cortejada. Ella corresponde a las palabras de su amado con sonrisas, lloros, gestos de bondad. Para mí quisiera una mujer que teje calcetines con tanto cariño. 
            Quizás sea demasiado fácil escribirlo. Pero pienso que debería haber contactado con la mujer de la bolsa. Preguntarle de dónde la ha sacado. Dónde ha comprado lo que en origen iba dentro de ella. O quién se la ha suministrado. No tan solo por los recuerdos que me ha proporcionado. Sino también por haberme permitido conocer, aún en una visión, a mi preciosa cosedora de calcetines. 
           
by George R.

jueves, 2 de febrero de 2012

El Sub-Mundo De Sofía

            Mis abuelos paternos compraron, con los ahorros de toda una vida, el piso cuarto derecha del número 33 de la calle de los Pastores hace muchos años. Lugar en el que se criaron mis padres, y más tarde, yo y mi hermano. Ambos vivimos hoy en día en este mismo piso. 

            Hace unas semanas, por la mañana, a eso de las once, mientras cocino tranquilamente (mi hermano ha salido en busca de trabajo), se presenta en casa una chica de unos treinta años. Muy bien vestida, educada, bastante guapa.

            ¿Sí?
            Hola, buenos días. Vengo a entregar mi currículumme quedo en silencio, sonriendo. Ella prosigueSí, es para eso de la nueva campaña de viviendas.
            No sé de qué me hablas, pero aquí no puedo ofrecerte ningún trabajo, le digo, con cierta sorna, enfatizando un poco más mi sonrisa.
            ¿No has ido a la última reunión de vecinos? ¿No sabes nada del programa PPP?
            ¿PPP? le suelto, y pienso para mis adentros que los comerciales ya no saben lo que hacer con tal de quedarse contigo un rato.
            Sí, Pisos Para Preparados.
            ¿De qué me hablas? No voy a cogerte el currículum de todas maneras, no vale la pena que me des un papel que voy a tirar a la basura.
            Ya veo que soy la primera que llego aquí, esta vez me sonríe ella—, debes guardar todos los que te traigan. Dentro de un mes, más o menos, se hará la selección. En otras ciudades ya ha empezado.
            Oye, mira, no me vengas con bromas. Ya tengo suficiente con mis problemas, ¿sabes? Yo también estoy en el paro Y se acaban las buenas maneras, por ambas partes.
            No me importa cómo te pongas. Mira empieza a sacar más papeles de su bolso, te dejo aquí la normativa. Léetela y luego te lo piensas antes de tirar nada a la basura. La ley está de mi parte.

            Sin que pueda decirle nada más, se va, dejándome entre manos la intrigante normativa, y su propio currículum. Cierro la puerta con cierta violencia, y me dirijo a la cocina. Se me ha pasado el arroz, un poco, por lo que maldigo a la muchacha, visita de mal augurio a partir de este momento. Me voy al salón, me tumbo en el sofá, y antes de empezar a leer el tostón de normas, echo un vistazo al currículum.

Sofía, de Madrid, 1984, más joven de lo que me ha parecido; licenciada en Derecho y Máster en la Universidad de Comillas; prácticas en varios despachos; dos años de experiencia en Boston; inglés, francés, alemán, e italiano. Coche propio, aficionada a la repostería, al esquí, y a la lectura. En resumen, un muy buen partido. El papelín incluye su teléfono y dirección de correo electrónico. “Quizás habría que darle una oportunidad a Sofía”, me digo, volviendo a sonreír, mirando detenidamente la pequeña fotografía que tengo delante.

Habiendo cumplido con mis obligaciones de amo de casa, decido que éste es un buen momento para encender la televisión. Ya he leído suficiente. Tras estar un rato pasando canales arriba y abajo, finalmente me quedo viendo la segunda parte de un partido de fútbol en diferido. Sé el resultado de antemano, pero siempre está bien ver perder al Madrid. Tras la jugosa rueda de prensa, me levanto, y agarro el mando para apagar la tele, dispuesto a pasar a otra cosa, mariposa. Pero no sé cómo ocurre, le he debido de dar a otro botón sin querer, y empiezo a ver otro canal. Una señora, apoyada en la puerta de acceso a su casa, grita como una energúmena algo de que ella no se va de su casa. Me doy cuenta de que la escena se convierte en una fuerte discusión entre la señora y un policía, y me vuelvo a sentar en el sofá. Al parecer, la echan. Y es entonces cuando aparecen estos titulares en la parte inferior de la pantalla: “El programa PPP empieza a ponerse en marcha”. De inmediato, me acuerdo de Sofía.

            Apago la televisión, y me pongo a leer los papeles que ella me ha dejado. Habiendo leído algunos párrafos introductorios, salgo a la terraza a fumarme un cigarrillo. Y otro. Vuelvo al salón. “El talento debe quedarse en casa”, se titula lo que a continuación leo.

            “Mérito. Esfuerzo. Experiencia. Inteligencia. Fuerza. Optimismo. Valentía. Ésta es la cadena de valores que debe rodear a nuestro país. Y para que esto ocurra, hay que añadir una suficiente dosis de patriotismo. Y de generosidad. Hay que darlo todo por el país, para que éste nos lo devuelva, el todo, más los intereses. Con este enfoque tan simple, y a la vez, tan equilibrado, se pone en marcha el programa “Pisos Para Preparados”, por el cual, a toda persona con una trayectoria suficientemente meritoria en su carrera profesional, se le da la posibilidad de disponer de una vivienda digna, de forma gratuita. Con la eliminación de esta carga tan cotidiana para muchos de nuestros mejores profesionales, se espera que sean capaces de desarrollarse de una manera óptima en cada uno de los campos en los que depositan sus numerosos esfuerzos, caudaloso carisma, y probado potencial. Como primera medida a implantar…”.

            Otro par de cigarrillos. Un vistazo al currículum de Sofía. Pensamientos sobre la posibilidad de compartir mi piso con ella; sobre una futura, pero cercana, discusión con mi hermano; sobre cadenas de palabras que me estrangulan. Sigo leyendo más abajo.

            “… mediante el envío por correo, o usando el sistema de puerta a puerta, de su correspondiente historial profesional, o currículum vitae. Tras la finalización del plazo correspondiente, un inspector, formado específicamente para este programa, se dirigirá a cada domicilio en concreto, donde hará una selección preliminar de los candidatos. A continuación, a éstos se les detallará por correo electrónico un día y una hora concretos para atender a una sesión de entrevistas (personales y de grupo), a celebrarse en lugar público a determinar en cada caso, tras la cual, se elegirá un solo candidato que pasará a ser único beneficiario del domicilio en cuestión…”.

            Una nueva visita a la terraza. Empiezo a hacer avioncitos con los papeles de la dichosa normativa de Sofía. Todos volando por la calle de los Pastores. Algunos llegan a su objetivo: aterrizan sobre los contenedores que están hacia el final de la calle. El último es el de su historial profesional. Es el que mejor lo hace, será cosa de su más aerodinámico diseño, y llega a dar con su morro en la panadería de la esquina. Un niño lo recoge del suelo y lo estampa contra el escaparate repleto de bollos y tartas. Vuelvo dentro, me siento sobre mi mesa de diseño, soy arquitecto, a fin de cuentas, agarro papel y boli y empiezo a redactar mi propio, meritorio, optimista, y valiente, currículum vitae.  La ley debería estar de mi parte.





by George R.