sábado, 16 de noviembre de 2013

Algo sobre Svevo (y Pavese)

Italo Svevo (Trieste, Italia, 19 de diciembre de 1861 - Motta di Livenza, Italia, 13 de septiembre de 1928).

Su novela más famosa es 'La coscienza di Zeno' (1923).

Extracto tomado de esta novela:


"Cuando la golondrina comprendió que su única posibilidad de vida era la emigración, aumentó el músculo que mueve sus alas y que se convirtió en la parte más importante de su organismo. El topo se metió bajo tierra y todo su cuerpo se adaptó a su necesidad. El caballo creció y transformó su pie. No conocemos el progreso de algunos animales, pero habrá existido y nunca habrá perjudicado a su salud. 

En cambio, el hombre, el animal con gafas, inventa instrumentos fuera de su cuerpo, si quien los inventó gozó de salud y nobleza, quien los usa casi siempre carece de ellas. Los instrumentos se compran, se venden y se roban, y el hombre cada vez se vuelve más astuto y más débil. Es más, se comprende que su astucia crezca en proporción a su debilidad. Sus primeros instrumentos parecían prolongaciones de su brazo y sólo podían ser eficaces por la fuerza de éste, pero ahora el instrumento ya no guardaba relación con el miembro. Y el instrumento es el que crea la enfermedad con el abandono de la ley, que fue la creadora en toda la tierra. La ley del más fuerte desapareció y perdimos la saludable selección. Necesitaríamos algo muy distinto del psicoanálisis: bajo la ley del posesor del mayor número de instrumentos prosperarán enfermedades  y enfermos. Tal vez gracias a una catástrofe inaudita, producida por los instrumentos, volvamos a la salud…". 




Aunque se trata de una gran novela, no creo que vuelva a Svevo. Sí a Cesare Pavese. Hay un par de libros que el otro día dejé a su vera en una librería de viejo, esperando a que alguien se los lleve antes. Pero mi paciencia a veces es limitada. 

Diferentes ediciones para una misma lectura: 




by George R.

Abe Kobo - El Hombre Caja (1973)

Abe Kōbō (安部公房 ) (Kita, Tokio, 7 de marzo de 1924 - ib., 22 de enero de 1993)


El pasado 31 de Diciembre terminé de leer esta edición de Abe:








No quiero que pase un año sin dedicar una entrada, como se merece, a esta edición. Además, ante la invasión de novedades editoriales japonesas, muchas ultra-edulcoradas, no hay más remedio que seguir luchando por resaltar la figura de este escritor. A veces me dan ataques de diabetes mental ante los despliegues mercadotécnicos sobre el "Japón de la post-guerra" y el "Japón cotidiano", a través de novelas pasadísimas de moda, y mangas y animes que no sirven practicamente más que para pasar el rato. Ni ostias de realidad japonesa, que nadie se lleve a engaño (a no ser que nos bajemos al nivel de lo que se emite en la televisión local, o provincial, y todos contentos).


Acudiendo a las palabras de Pascal Martinet, un crítico de cine, que decía sobre Mario Bava y una de sus mejores películas: “el genio de Bava en Lisa e il diavolo consiste en hacer coherente un conjunto desordenado de imágenes mentales, donde todo es falso, y el reconocimiento por el espectador de dicha falsa realidad es la base misma del arte cinematográfico”. No se puede describir mejor el genio de Bava, y para el caso de Abe, creo que sirve de sobra la afirmación de Monsieur Martinet.  

Al igual que hay mejores y peores cosechas de vino, hay mejores y peores épocas para el arte. Y no cabe duda: durante la primera parte de la década de los setenta, las cosechas fueron excelentes. Casualmente, Lisa e il diavolo se rueda el mismo año que Abe escribe El Hombre Caja, Hako-otoko (1973).

Solo que hay una diferencia. Lo que parece que es falso en Abe, no lo es tanto. De hecho, es bastante cierto. Al menos, la base.  

Elementos comunes en la obra de Abe Kobo son precisamente las tapas de alcantarilla, las jeringuillas, los espacios curvilíneos. Creación de personajes cuya misión es representar ideas. Y muchas veces son ideas poco detalladas, por lo que el personaje se convierte en una figura misteriosa, sin pasado, sin futuro, con un presente tan acotado como lo es el del lector que le imagina en ese momento. Porque una vez que se pasa la página, con ésta se queda la idea. Seguimos viajando con el mismo personaje, y a saber dónde nos llevará en la próxima escena. La habilidad de Abe para dar una forma al conjunto es única. Ahora, tampoco podemos decir cuál es la forma que se ha creado. Desde luego que no se trata de los perfectos triángulos que creó Flaubert (cuyos tres vértices son él, sus personajes, y el propio lector). De las obras de Abe surgen extraños objetos amorfos; tan amorfos, y tan reales, como esas nubes que vemos pasar por el cielo, en las que de repente alcanzamos a ver la forma de las islas británicas, o la de un pie humano. Y vemos ese pie de una manera tan evidente, que cuando se lo hacemos notar a la persona que está a nuestro lado, ésta no tiene más remedio que asentir. 


"El Hombre Caja" tiene como protagonista un hombre-caja. De estos, hay muchos en las grandes ciudades, como Osaka, o Tokio. Aquí, tenemos una muestra: 




Personas que han salido de la sociedad. Parece que nadie se ocupa de ellas. 



Ambas, cerca de Doubutsu-Mae, Osaka, Marzo 2005. Cortesía de Gorcin, un amigo.



Y ahora, dejo una serie de textos, seleccionados de esta obra de Abe. 


“Desde luego, habría podido violarla sin quitarme la caja, acto que, con un hueco para dejar pasar el pene, no sería imposible del todo si estuviera dispuesto a aguantar la incomodidad; pero en tal caso sería indispensable la colaboración de ella, aparte de que tardaría mucho tiempo. ¿Habré perdido tanto tiempo en ahuyentar al perro? Es probable, al ver que ella ya no está desnuda; en un rincón del cuarto está fumando un cigarrillo, apoyada contra el escritorio de trabajo. Envuelta en la bata blanca con todos los botones abrochados, que ya ni deja ver las piernas. Con las piernas cubiertas, parece otra persona, ajena a su identidad. Ya ha fumado dos tercios de su cigarrillo. Las cejas arqueadas, con índices de cansancio. Una lavativa que se asoma por el bolsillo de la bata. Los dedos delgados y fibrosos que se enlazan por el tubo de hule, con las uñas esmaltadas de color plata. Ya ni puedo creer que estuviese desnuda hasta hace apenas unos minutos. ¿O se trata de una simple ilusión creada por el espejo? Del otro lado del seto se oye el resoplido melancólico del perro que golpea la lata contra la tierra. Al frotarme el cuello, me doy cuenta de que no dejan de formarse hilillos de mugre y me deprimo, haciendo una bolita sucia con los dedos. No sé por qué, pero me siento humillado al ver que no ha sucedido de verdad lo que no iba a suceder jamás y lo que yo no deseaba que sucediera; es decir, que el falso hombre caja la poseyera a la fuerza".  



"Me golpeas sin fuerza los hombros. Sigo haciéndome el dormido. Me enrollas el brazo izquierdo con un cordón de goma y me metes el bisturí por el lado interior del antebrazo en busca de la vena. La piel con varias capas de costras endurecidas obstaculiza la inyección directa. El músculo blanco chorrea muy poca sangre. Agarras la vena con algodón hidrófilo para aplicar la jeringuilla. La sangre ennegrecida refluye a través de la aguja y se adhiere al interior de la jeringuilla. A pesar de que el pistón está retirado hasta el límite, a la altura de «20», el contenido no lleva más de 3 cc de morfina. Después de quitar el cordón de goma, me inyectas primero los 3 cc. En el caso de que despierte (lo cual es imposible pues sólo me hago el dormido), podrás inventar excusas convincentes, diciendo que me regalaste un extra de morfina, al verme con la respiración débil. Empiezo a respirar más hondo en apariencia y las facciones del rostro, laxas desde antes, se aflojan aún más para dejar un síntoma de muerte sobre los labios. Sigues bajando el pistón y ahora sólo me inyectas aire. La vena salida se hincha de tal manera que ya se asemeja al estómago de un pez. Sacas la jeringuilla y untas con pegamento la piel para cerrar la herida con fuertes apretones de los dedos. No me importa el tratamiento un tanto rudo, ahora que no necesito curarme ni preocuparme por la supuración. Quizás ya estoy soñando. Aunque me cortaran un par de dedos, sólo me dolería como un bocado de salchicha demasiado picante. De repente se me acelera de nuevo la respiración, que ahora maúlla intermitente en la garganta áspera, hasta que de pronto se corta. En el sueño me encuentro a la entrada de una ciudad sin sombra, montada sobre innumerables arcos relucientes. Al entrar con el cuerpo retorcido por las carcajadas, me veo flotando en el aire. Libre de sombra, me he liberado también de peso. En ese mismo instante, estoy acostado sobre la cama con los dientes rechinando, lanzando las piernas hacia arriba como un pez recién pescado. La cama también rechina sincronizada, con centenares de muelles estallando en diferentes tonos, como ramas secas quemadas en una hoguera. El rechinamiento se cuela en el sueño, produciendo resonancias en un bosque de arcos, y da inicio al concierto de despedida para mandarme en paz al más allá. Revoloteando con las rodillas abrazadas, me siento feliz y un tanto sentimental. Un close-up de ella, sollozante por mí. Le sienta muy bien el olor a invierno, al igual que un árbol joven de alerce. Estiro los dedos y se abre el aire para convertirse en un ano. Me estoy sofocando. Abro la boca y siento afuera una presión abrumadora que ya no me permite retirar la lengua. En el momento en que meto la lengua erecta en el ano de aire, se congela el sueño, todo queda en negro. Y estoy muerto".




"Sin embargo, hay que aprender algunos trucos para hurgar restos de comida. A diferencia de los mendigos y vagabundos «profesionales» que se adaptan a su vida a largo plazo, los hombres caja no somos capaces de tragar cualquier comida que se consiga. No es cuestión de holgura sino de higiene. No quiero decir que todas las sobras de comida estén sucias, pero no tenemos disposición mental para probarlas, quizá debido a esa terrible pestilencia. Yo mismo jamás me acostumbré a ese olor nauseabundo". 




"Al parecer, esto se debe a la sensación desagradable de que el sabor no se corresponde al olor. En estado normal, podemos comer sin desconfianza ni escrúpulos porque la lengua sabe distinguir el porcentaje de ingredientes basándose en sus olores particulares, sea pescado, carne o verduras: por ejemplo, nos repugna cuando un camarón frito sabe a plátano o cuando un chocolate tiene sabor a almejas a la brasa. En el caso de los restos de comida, que son sólo mezclas azarosas de muchas comidas, nuestro sistema fisiológico los rechaza, aun cuando mentalmente estemos convencidos, porque no somos capaces de establecer vínculos entre los ingredientes y los olores. 



Por tanto, el primer paso para hurgar restos de comida consiste en buscar algo seco con un olor suave. Esto no es nada fácil. Grosso modo, las sobras de restaurantes y bares se dividen en dos grupos: comestibles perecederos, que constituyen la inmensa mayoría, y comestibles, fáciles de identificar, que, una vez servidos, ya no se pueden reciclar para otros clientes, tales como panes, cosas fritas, pescados secos, quesos, dulces y frutas. Los primeros se depositan, después de separarlos de objetos incomibles como palillos, servilletas y platos rotos, en recipientes grandes de plástico para que todas las mañanas se los lleven los camiones de criaderos de cerdos. Los segundos son bastante difíciles de encontrar pese a su supuesta abundancia, quizás porque los reciclan de alguna manera aun cuando están en malas condiciones; los panes se pueden convertir en harina al secarse y despedazarse, y de los huesos de pescado o pollo frito se puede sacar buen caldo". 





"Al observar el paisaje, la gente tiende a recordar sólo los elementos que le son necesarios; por ejemplo, se acuerda bien de la parada de autobús, aunque nada en absoluto del sauce, mucho más grande, que está al lado. Una moneda de cien yenes sobre la calle es más que llamativa, pero un clavo oxidado o una hierba cualquiera a la orilla de la avenida es menos que inexistente. Desde luego, la gente llega a su destino sin perderse gracias a esta capacidad de selección. No obstante, todo se ve diferente a través de la mirilla [de la caja]; se igualan y homogeneizan todos los detalles del paisaje: colillas de cigarrillos… legañas de un perro… ventanas del segundo piso con cortinas ondulantes… surcos de un barril torcido… anillo que aprieta un dedo gordo… rieles extendidos… bolsa de cemento mojado y endurecido… mugre de uñas… tapa de alcantarilla mal ajustada… Pero me gusta verlo así. Quizá porque un paisaje tan borroso y sin enfoque se parece mucho al estado en que me encuentro". 






"Éste es el barrio de los hombres caja, donde los ciudadanos se obligan al anonimato y residen bajo la condición de ser nadie. Todos los registrados serán eliminados por el mismo hecho de haberse registrado".  




"La falsa meta para quienes siguieron corriendo sin alcanzarla nunca. El estadio nocturno, con banderas flameando, abandonado desde antes por los árbitros y el público". 




"Me dan ganas de sobrevivir cuando observo cosas diminutas: gotas de lluvia o guantes de cuero encogidos por la humedad… Me dan ganas de morir cuando observo cosas demasiado grandes: el edificio del Congreso o un mapamundi…". 





(1924-1993)


by George R.

martes, 22 de octubre de 2013

La Invasión de los Cotidianos

Mientras estaban haciendo lo que estaban haciendo, se empezaron a escuchar a lo lejos las sirenas de un coche patrulla. Lo dijo el vecino. Y lo confirmó el cartero.

by George R.

La Pegatina


Octubre. 2113. España. 

Volvamos 100 años atrás. Por aquellos tiempos, se vivía el periodo que en nuestros días se califica como el de la famosa fragmentación (los historiadores lo sitúan más exactamente entre los años 2001 y 2018).

Evidentemente, sus causas y efectos se daban en el resto de Europa. Se ha dicho y repetido mucho estos días, pero lo indicaremos una vez más. Aquella fragmentación general que se produjo en los comienzos del siglo XXI no fue sino una repetición histórica: equivalente como proceso a la Primera Guerra Mundial, o a las Revoluciones de 1848.

Uno repasa la prensa de aquellos días, navega por sus archivos sociales, visiona documentos reales. Y se da cuenta de que dos de los elementos que siempre han acompañado al Hombre desde su origen son su propia ingenuidad, y el de la suerte.

Al parecer, estaba entonces de moda la idea de emprender por cuenta propia (un efecto más del proceso de fragmentación). Oficialmente, se vendía la idea de que si uno se declaraba públicamente como emprendedor, su vida se encauzaba de forma automática. Una especie de anarquismo económico forzado. Realmente, se instaba a la población a auto-complacerse en términos económicos, es decir, se le abandonaba a su suerte.

Y muchos creyeron en la idea. Se consideraron emprendedores. En el registro de la época, hay largas listas detalladas. Algunos ejemplos: a alguien se le ocurrió vender el gas que su propio cuerpo producía. Otro dedujo que si se ponía a contar los aviones que pasaban todos los días por encima de su casa, podría vender sus servicios de contador en el aeropuerto local. Una chica pensaba ganarse la vida leyendo los libros que otros no podían leer. Uno quiso hacer de rueda en los coches que tenían un reventón o pinchazo en plena autopista, prometiendo una velocidad media de dos kilómetros por hora. Otro quiso hacer de árbol de Navidad en verano. Y así. Todos con un auténtico espíritu de superación.

Pero voy a dedicar mi tiempo y espacio a un caso en concreto que me ha llamado la atención. Se trata de un chico de veintidós años, Miguel, que tuvo la siguiente idea: llevar puestas camisetas-anuncio.

Al menos, ésta fue su primera opción. Uno llegaba a su local (situado en el centro de la ciudad, bien limpito y ordenado), le daban una camiseta con un gran anuncio estampado cualquiera (por la parte delantera y trasera), y si prometía pasearla un par de horas, a la vuelta de su paseo, se le entregaba una moneda de un euro.

Pocos soportaban más de una hora, por razones de vergüenza, y se conformaban con los cincuenta céntimos que les correspondía. Y todo esto, si el clima permitía vestir solo con camiseta. La experiencia fue un desastre. Las compañías que se  anunciaban se lavaron las manos. Miguel perdió todo su patrimonio. Y se enfadó con el mundo.

Comenzó a pensar en por qué había fallado su negocio. ¿Cómo se podía comprobar que el paseante realmente paseaba el anuncio? Éste era su peor dilema. Aparte, el clima, el sudor, y lo que poco que se fijaba por aquel entonces la ciudadanía en los mensajes de las camisetas de sus paisanos.

Así que pensó en una solución más global. Hiciera buen o mal tiempo, el anuncio debía verse. Rebuscando en la Sagrada Red, dio con la pegatina. Made in China, of course. Hecha de un nuevo plástico que no causaba daños a ningún tipo de tejido, utilizable por ambos lados de su superficie. Se podía adherir tanto a prendas hechas con fibra, como de algodón, angora, lana, o cualquier otro tipo de tejido. Se quitaba y se ponía con mucha facilidad.

Además, tenía sus particularidades. Era reflectante, por lo que se podía ver el anuncio por las oscuras calles. Y su mejor cualidad era la siguiente: su composición se decoloraba por el triple efecto del viento, de la luz, y de la contaminación del aire respirable; así, de golpe, tras un rato de uso (entre dos y tres horas). Es decir, una pegatina a todos los efectos inútil, pero que a Miguel le vino muy bien para su negocio. El anuncio-paseante si quería cobrar tenía que volver a la tienda con su anuncio decolorado. Lo que quería decir que realmente lo había paseado por la ciudad un tiempo determinado. Porque si la pegatina se dejaba dentro de un armario, no cambiaba de color (en un armario no hay corrientes de aire, ni este aire es el mismo que el que se respira en la calle). Se podía dejar la prenda a la luz del sol, en un balcón. Pero no colaba, porque la pegatina solo se decoloraba de un lado (no se cobraba nada en este caso).

Empezó a entrar dinero en caja. Cada vez más empresas se ofrecían para introducir sus productos en la campaña de pegatinas-anuncio. Con este nuevo avance, Miguel pensó que su negocio iba a prosperar. Y eso que pagaba a tocateja a los hombres y mujeres-anuncio.

Hasta que a los dos meses recibió la factura de su proveedor chino de pegatinas. Algo desorbitado. Cada una costaba prácticamente una miseria, pero Miguel nunca pensó en que para introducirlas en Europa había que pagar un arancel del 1000%. Es decir, debía cotizar en Aduanas 10 veces su valor, cuando él, según sus cálculos, se había conformado con un beneficio unitario que triplicaba el valor de la pegatina.

En resumen, un desastre. Pero nadie le dijo nada en la oficina de emprendedores.
Por segunda vez arruinado, Miguel optó por convertirse en dispositivo unitario alejado del mundanal ruido. Es decir, en uno más. Y, en adelante, nada se sabe de él.

Por el contrario, hay un tal Fernando que aparece en los mismos registros, dos meses después. Justo el día en que desapareció el citado arancel, Fernando dio de alta su actividad. Nunca se sabrá el motivo de tal coincidencia. Y este joven emprendedor pasó a la historia como una gran figura a tener en cuenta en el mundo de la empresa. Y se hizo rico. Y más con el comienzo de los pechos-anuncio y espaldas-anuncio.

Aquellas pegatinas destrozaron la piel de muchos (y muchas) desgraciados, pero esto ya es otra historia que contaré en otro momento.

by George R.

lunes, 14 de octubre de 2013

En la mesa

Imagina un círculo perfecto, e inmenso, de mesas preparadas para un banquete. A ellas se sientan todos tus familiares, políticos o no, (con un tercer o cuarto grado de consanguinidad; o quinto, si quieres). Todos tus amigos, reales o pixelados; algunos compañeros del trabajo, si tienes (trabajo). Tus vecinos, los que viven en un radio de quinientos metros alrededor de tu cama. También están invitadas esas personas con las que hablas en tu vida cotidiana: la panadera, el guardia de seguridad, el médico de cabecera, y el revisor de la luz. Se añade a la lista una representación física de esas personas que nunca verás, pero con todo, conversas por teléfono: una chica Yastel, otra de Securitos, otra llamada Perdida.

Comienza el banquete. Se ha dispuesto un platito cuadrado, de cristal, con dos palillos de madera por cada comensal (el menú va a consistir en comida japonesa). Detrás del platito, hay una pantalla táctil, por la que os vais a comunicar a base de toques de palillo. Así, está prohibido hablar, porque se armaría un escándalo insoportable.

Comienza el intercambio de mensajes. Poco a poco todos se animan, aporreando la pantallita con los palillos, comiendo el sushi con los dedos.

Surge por efecto telepático la idea de dar un puñetazo en la mesa. En alguna de esas centenas de mesas. Sin embargo, el puñetazo no se produce. Ni siquiera un leve matiz.

¿Por qué?

a): todos quieren protagonizarlo, pero como nadie lo hace, nadie lo hace.
b): nadie quiere hacerlo, en realidad.
c): el cansado camarero es el único que tiene esta intención; nadie le hace ni caso.
d): se están formando facciones y grupos que quieren detectar con rapidez los sospechosos de querer dar el puñetzo primero.
e): surgen organizaciones pacifistas que también se valen de la telepatía para anular las tendencias violentas de algunos de los invitados.
e): A su vez, hay grupos de inteligencia que quieren controlar este tipo de grupos: a los proclives a la violencia, y los que no.
f): Quizás sea mejor esperar a los postres.
g): O a las copas.

Mientras se me siguen ocurriendo posibilidades, y engullo un maki de atún con mango, se escucha un tremendo golpe. Un gigantesco gorila ha descendido por la lámpara que ilumina la estancia. De un solo golpe ha destrozado una de las mesas. Todos dejan los palillos a un lado. Se corta la corriente telepática. Observo que el animal se acerca hacia a mí. Cada vez con mayor velocidad. Creo que está a punto de meterme tal ostia que... ¡¡ouch!!, ¡¡¡¡¡uuuuahhhhhhhyyayyyyyyyaaaaaaaayyyyyyyy!!!!!

by George R.

viernes, 28 de junio de 2013

Correlaciones


Aparentemente, no existe correlación.

Mientras que a uno le duelen las rodillas, el otro puede ascender las más altas cumbres de los Pirineos. Interesado por la lectura; o por la vida de las hojas perennes. Un vago de remate; trabajador incansable. Amante del terruño; eterno viajero. Y así.

Sin embargo, comparten algo entre todos. Algo que todavía no se ha podido diagnosticar. No es ninguna nueva glándula a descubrir en el interior de un cuerpo. No se trata de un sentimiento. Ni de una sensación. Sin embargo, sea lo que sea, es compartido.

Algunos dicen que sólo el futuro lo descubrirá; lo localizará. Lo materializará. Esa correlación que inevitablemente busca el ser humano, y termina por encontrar. Es como analizar una papelera de reciclaje que ha sido eliminada. En un sujeto, una vez. En otro, veinte veces. Y sin embargo, en ambos casos, quedan trazas. Y de éstas,  nacerán nuevas relatividades. Si yo fuera Einstein, me podría explicar mejor. Lo siento.

No me refiero a la idea de que hoy en día alguien puede ser sacerdote, gay, aficionado a los cómics, gourmet, donador de órganos, vendedor en Internet, político, deportista, sanador vía telefónica (todo a la vez). Aunque es la idea que se nos intenta vender. Porque, para el caso, un pastor de ovejas, ajeno del mundanal ruido, tiene las mismas posibilidades de contagiarse de esas correlaciones invisibles que trato de describir.

O bien, se trata de algo sobrenatural. Se acerca una época en la que muchos temas volverán a quedar en manos de Dios. Personaje éste que no ha muerto. Al contrario, está más vivo que nunca. Como si fuera un antiguo Charles Chaplin jubilado, le van a ofrecer papeles en muchos teatros del país. Que aceptará gustoso.

La parte positiva del proceso es que Nietzsche por fin ha muerto. Ya iba siendo hora.

Ahora, el problema es que usted es a la vez pecador, sacerdote y profeta. Ya no recuerda cuántas veces ha borrado esa papelera. No controla sus residuos. Estamos borrachos. No podemos ver lo que tenemos delante. Porque no existe. Y sin embargo, ¡cómo nos afecta!

by George R.

Pd:
Aquí abajo dejo un manual de ayuda que compré el otro día en un mercadillo. La señora que me lo vendió me lanzó su mejor sonrisa. Por unos instantes, me sentí miembro del club. Tiempo al tiempo. 




jueves, 13 de junio de 2013

En La Noche

         Está acostado. Se despierta; quizás. A su lado, duerme su pareja. Todavía no ha amanecido. La vejiga aprieta un poco. Hay alguien más, ahí, en la habitación. De pie. Esperando.

Ha llegado el calor, y por fin, los edredones han desaparecido. Es más difícil lograrlo en verano; pero una vez alcanzado el sueño, se descansa más en menos tiempo. El dormir del invierno es acaparador, glotón, fofo; casi cansino.

La tenue sombra que ve recortada en la pared de enfrente no se mueve. ¿Qué hacemos con ella? ¿Sueña usted? ¿Duerme? ¿Es producto de su imaginación? ¿Alguien ha entrado en su casa para robar? ¿Un amigo que está de broma?

¡Reaccione! ¡Escoja un camino!

Contra todo pronóstico, se vuelve a quedar dormido.

Algunos dicen que se ha acostumbrado usted a verla por las noches. Su indecisión, la de usted, es tal que no permite a esta historia avanzar de ninguna manera. No sabemos si se trata de un violador; o de un amante recurrente. De un caso de visiones nocturnas. De sueño. O de pesadilla.

Quizás el futuro de la ficción descanse en paz. ¡Hasta que usted se de cuenta de que el espectáculo debe continuar!

       - ¡¡ESTÁ BIEN!! Es tan fácil pintar sombras en la noche. Y tan difícil recordar su forma por la mañana. Pero lo que usted quiere es una historia, y se la voy a dar. Son manchas de humedad. Hormigas que sólo mean de noche, borrachas de azúcar. Y que quieren volverme loco con sus provocativas coreografías. ¿Está contento? Ya tiene su maldita historia.

by George R. 

viernes, 31 de mayo de 2013

Una Historia Diferente (basada en "Picnic Extraterrestre" de los hermanos Strugatski)


Estoy leyendo, en una terraza al uso, al anochecer, una crítica de cine en la edición sabatina de "El subMundo", cuando mi elegante compañero de piso Klaus me pregunta a ver qué me pasa.

           -Nada, aquí hay un idiota que escribe que la última peli de Cronenberg es una obra adelantada a su tiempo. Menuda boñiga. Me pone enfermo.
           -Ya, si yo te pregunto porque parece que tienes ahí un bulto.
           -¿Eh?

Klaus se refiere a mi ombligo con eso de ahí. ¡Al parecer no sabe lo de las esferas! ¡Ah!, siendo él extranjero, nadie se ha tomado la molestia de explicárselo; todavía. Y lleva ya más de dos meses en nuestro país. ¡Pobre alemán ignorante!

Resulta que los wahcos nacemos con tres bolitas en el ombligo. En los tiempos primigenios en los que Cthulhu todavía babeaba a ras de tierra, quizás todos los humanos nacíamos con ellas. ¿Se fue perdiendo la costumbre? ¿Falta de consenso médico? La cosa es que aquí las mantenemos. 


Desde los tres años hasta los diez, los niños nos tocamos más el ombligo que las pelotas, y creo que las niñas hacen algo parecido. A partir de los once, hasta los diecisiete, ganan las pelotas, quedándose las esferas en un segundo término. 


 Lo que más me cuesta explicarle a Klaus es el hecho de perderlas. Sí. A lo largo de la vida, uno debe ir deshaciéndose de ellas. No hay de qué preocuparse. El cuerpo avisa. 


 Por ejemplo, se escapó la primera de mis tres esferas cuando mi padre me dejó a solas con su coche. Me puse tan nervioso, y a la vez tan contento. Aquel Seat 124 de repente se convirtió en una especie de Ferrari GTO. Conduje desde la Avenida de la Libertad (creo que se llama ahora así) hasta la playa de Ondarreta a 120 km/h de media, esquivando viejas, carritos de niños, policías municipales, señales de obras, y todo tipo de obstáculo. ¡Ah! era el poder de la esfera. Tu energía se multiplica. Tu visión. Tu manejo de la situación. 


La segunda esfera la dejé perderse entre las sábanas en las que también perdí mi virginidad. Creo que si se hiciera una encuesta en condiciones, podríamos asegurar que el 99% de los wahcos pierden alguna de sus bolitas en este importante momento. Más tarde, el 100% de este 99% se arrepiente de este uso, pero se ve que la costumbre está muy extendida. 


 Evidentemente, me queda una tercera esfera (que hoy está algo hinchada). Hay que aclarar un detalle. Está comprobado que estos pequeños artefactos prestan sus poderes naturales en consonancia con el estado mental que se posee justo antes de ser liberados. Esto es, aquel Seat se convirtió en un Ferrari, porque era lo que yo quería. Aquella primera noche fui el amante perfecto, etc, etc. 


Hoy, leyendo "El subMundo" casi se me va de excursión la tercera bola que se me resiste. Y le sigo explicando a Klaus: 


        - Mira, si se me llega a caer aquí, con esto lleno de gente, y con la mala ostia que tengo, te juro que se arma una marimorena épica. Un contagio masivo de rabia que podría llegar a destruir media ciudad. 

        - ¿Y por qué no la sueltas de todas maneras? No creo que sea para tanto. 
        -¿Ah, no? Vas a ver. 

Y me arranco yo mismo la bolita, la bola, con facilidad, y en un abrir y cerrar de ojos, se la meto en la boca a Klaus. 


 Las gentes del Boulevard han podido recordar, en directo, los mejores momentos de Cronenberg. Auf Wiedersehen, Klaus. 



by George R. 

miércoles, 29 de mayo de 2013

Ciencia Ficción Soviética en Imágenes (1984)

Más cuadros e ilustraciones de Febrero de 1984. Esta vez en el número de la revista LS se afirma tajantemente que la pintura de ciencia ficción es un arte. Necesario. Imprescindible.

GUENNADI GOLOBOKOV -Portando el Fuego-

SERGUEI GUETA -"Nosotros vemos y a nosotros nos ven"

ROBERT AVOTIN
Dos ilustraciones para la novela corta La Cúpula de la Galaxia, de Askold Yabukovski



DEMIAN UTENKOV
Ilustración para la colección de cuentos La Piedra Negra, de Séver Gansovski

 ANDREI SOKOLOV -Amanecer esmeraldino del lejano planeta-


 VIACHESLAV BURMISTROV -Allí donde hace frío-

 VITALI LUKIANETS -El Universo-

EVGUENI BUKREEV -En Los Espacios Cósmicos-

INARS HELMUTS -Empalme

 BORIS ZHUTOVSKI 
Dos Ilustraciones de "Las Cosmicómicas" de Italo Calvino


by George R.

Ciencia Ficción Soviética en Imágenes (1982)

Enero 1982. Se publica un número especial de la revista "Literatura Soviética".

Aporto una serie de imágenes, ilustraciones, pinturas de la época. ¡1982!

Uno de vodka, Pozhalusta!


Rubén Guevondián -Hora Estelar-


 PAVEL TIURIN -La gravedad de la catástrofe se especifica-

 DEMIAN UTENKOV Ilustración para una obra de Bradbury

 TATIANA TSIGAL -Junto a la Ventana-

ANATOLI SOLOVIOV -Nubes-

 VICTOR DUDULAD -La Siembra Cósmica-

 VITALI LUKIANETS -Criatura de Otro Planeta-

 Obras de los hemanos Arkadi y Boris Strugatski publicadas en el extranjero.


 GUIVI KALMAJELIDZE -El Avión de Papel-


VITALI LUKIANETS -En Memoria del cosmonauta Vladimir Komarov-


by George R.