Durante la tregua, se votó, y se aprobó por mayoría la
propuesta. Se terminó por vender a peso la biblioteca. Enterita. Todos pudieron
comer, a cambio, y con gran fruición, un generoso polo de fresa aquella calurosa tarde.
Alguien se dio cuenta de que los envoltorios de los polos podrían a su vez ser
vendidos. Su liviano peso quizás daría para otros tres o cuatro helados; a
sortearse entre los perros que vigilaban el cumplimiento de la tregua. Así nos
dejarían en paz un rato más. Pero, ¡a qué precio! Otro, al fijarse
en el colorido envoltorio, comprobó que aquellos trozos de hielo rosado
llevaban caducados más de seis meses.
Un Código
Civil, apareció planeando por la Gran Plaza Asimov, y fue cortando, con sus
afiladas hojas, varios y sedientos
cuellos. Los micrófonos cayeron al suelo.
Alguien se
levantó, sudando el derretido hielo que acababa de comer, y gritó: “¡Traición! ¡Devolvedme
a Vonnegut!”.
Y los que
quedaban con vida, también se levantaron, y fueron al cercano almacén de papel.
Lo saquearon. Descuartizaron el cuerpo del gusano comprador, que ya deglutía
sin vergüenza la cubierta de una novela de Disch.
Gracias a
esta acción, la escuadrilla “Ballard” despegó y acabó en pocos segundos con los
pesados y torpes Codigos Penales que empezaban a bombardear de nuevo la plaza.
Los
Tribunales disparaban a un ritmo infernal, desde sus cazas, muy parecidos a los
antiguos Stuka nazis. Varios puestos de ametralladoras “Lem” cayeron con honor.
Había escasez de granadas “Matheson”. La resistencia empezaba a debilitarse por
momentos. No había suficiente artillería para contrarrestar la fuerza de las
grandes editoriales de leyes, que usaban sus generosas ediciones para
contrarrestar la agilidad de sus adversarios.
Un
regimiento de cangrejos metálicos, cubiertos de nombres absurdos, la temida
guardia socivil, avanzaba de culo sobre la planicie Asimov. Francotiradores
partidarios de Cela, y de Vargas Llosa, tiraban a dar, con blancos fáciles,
apostados desde los edificios que cercaban el lugar como una trampa. Apenas
quedaban en el cielo aviones. La pequeña escuadrilla “Ballard” había pasado a
la historia.
Se habría
perdido la guerra, sin duda, si no fuera por lo que ocurrió al anochecer. Un
batallón de baldosas, el “Jonathan Swift”, resurgió de sus cenizas.
Refrescadas por la acción de la noche, empezaron a despegarse del suelo. Lo que
siguió fue, más que una revuelta, o una batalla, o una guerra, una
metamorfosis.
El viejo
papel editado a finales de los años setenta, y ochenta, empezó a lanzar granadas
de humo “Aldiss”, capaces de hacer pulpa en pocos momentos al nuevo. Cayó el
tanque Constitucional, explotando en mil pedazos en mitad de la plaza. Por fin,
empezó a llover la negra tinta que nos había cogido por los huevos hasta
entonces. Y, al amanecer, todos pudimos ver la Gran Plaza Asimov decorada con
nubes que se transformaban en poemas de Gautier.
Me fui a
dormir tranquilo.
by George R.
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