Un día de estos debería revisar todo lo que llevo escrito
hasta ahora en estas páginas repletas de insensateces, e intentar clasificar
las entradas en diferentes categorías. Ahora mismo, la división que se me
ocurre es dual, como casi siempre. Si se pone a leerme con un poco de atención,
cualquier psiquiatra tendrá mucho trabajo ahorrado para su próxima
investigación sobre la neurosis. Dejo pistas por todas partes. Soy como un
perro meón, medio vagabundo, con el olfato cada vez peor. Es como pasar por
delante de una panadería, disfrutar de los efluvios de la harina tostándose, y
de repente, observar que la panadería no es tal. Y no lo es porque sé que nunca
entraré en ella.
Siguiendo
este curso de pensamientos, hay muchas cosas que no son tales, porque nunca
llegaremos a disfrutar de ellas, aunque las tengamos enfrente de nuestros
mismos hocicos. Digamos que ésta es una de las dos partes de la dualidad a la
que me refería.
La otra
parte de la dualidad es evidente. Es lo que es, aunque en la realidad no
exista. Los paisajes, por ejemplo. Uno, según se hace mayor, va construyéndose
una serie de valles y montañas en su cabeza. En mi caso, la cima que domina la
vista es la del monte Fuji-san. Y a su derecha, se asienta el Ben Nevis, y a su
izquierda, el Txindoki. La nieve que cubre sus laderas es una mezcla
proveniente de muchas partes.
Y así para
todo. Escribir no deja de ser un ejercicio de copiar en limpio (más o menos)
una reflexión que siempre está en sucio, y en continua metamorfosis. Solo que
pasa el tiempo, y éste no está para darnos cinco minutos más y repasar la
redacción antes de entregarla al profe de Lite.
***
Paso a las
recomendaciones. Quien sienta tanto como yo estos repentinos pinchazos
existencialistas, religiosos, en el sentido que describo la realidad de la
panadería de más arriba (ya la hemos superado, hemos doblado la esquina, y
ahora nos encontramos con los olores a tinta fresca de una imprenta regentada
por anarquistas), quizás pueda leer una novelita del inglés David Lodge llamada
“Terapia”. En ésta se describe el existencialismo de Kierkegaard sin trampa ni
cartón, con la ventaja de no tener que tocar ningún libro del escritor danés. Por
cierto, Kierkegaard traducido al inglés significa “Graveyard”.
En serio, un
día de estos pido la nacionalidad británica, aduciendo que he leído mucha más
literatura británica que española. [Idea para una próxima entrada: los
pasaportes se expiden en función de criterios culturales, no geográficos. Si un
señor tiene derecho a ser señora si se le pone en la polla, o en el futurible coño,
¿por qué no puedo yo cambiar mi nacionalidad, si demuestro que mis hormonas
cerebrales me producen intensos sufrimientos, vejaciones, y estados de
alteración nerviosa por el hecho de vivir en esta continua cagalera de país en
el que me ha tocado nacer?].
***
Sigo en
Gran Bretaña. Y voy con una chica escocesa.
Se llama Maggie O´Farrell. Su prosa es cotidiana, femenina, se fija en
detalles que pasan desapercibidos para la mayoría de los chicos. Su novela es
“The Vanishing Act of Esme Lennox”.
O´Farrell rescata,
no sé si conscientemente, la tradición de Ann Radcliffe, y esto ya son palabras
mayores. Su novela bien puede considerarse como gótica. Sustituimos el castillo
de Udolfo por un manicomio de los años cincuenta del siglo pasado. Y poco más.
Lo demás se repite. Integrismo religioso, una violación, un bebé que aparece de
no se sabe dónde, encarcelación de por vida de una chica inocente, una hermana
que se lava las manos, unos padres que además de esto, se añaden a sí mismos
una crema de protección contra la memoria de un factor casi infinito. O´Farrell
añade su propia dosis de modernismo.
Si el Alzheimer hubiera existido
a finales del siglo dieciocho, ¿qué no habrían podido escribir gentes como M.G.
Lewis o C. R. Maturin? Monjes en plácido retiro espiritual, habiéndose olvidado
completamente de su última y bien reciente tropelía, con su instrumento de
castigo todavía fuera de su anacrónica cremallera.
¿Y qué
decir de las imposiciones del mercado? Porque uno, una vez encerrado en el
castillo de Udolfo, no puede esperar que éste se venga abajo así como así. Uno
no sale vivo de Udolfo, si no está a bien con los señores del castillo. Sin
embargo, en la novela de O´Farrell, nuestra heroína sale a la calle, es
liberada del hospital psiquiátrico, por la única razón de que el gobierno ya no
es capaz de hacer frente a los gastos que genera. Se deshacen de ella. Los
motivos de su encerramiento están enterrados bajo el polvo que se ha generado en
su informe en los sesenta años que se ha tirado dentro del hospital.
Y para los
que piensan que me alimento a base de guindillas con salsa de tabasco, copio
aquí un pequeño extracto de la novela. La víctima, una chica de dieciséis años,
es obligada a mantener una conversación con cierto chico de la misma parroquia.
Sus padres quieren deshacerse de ella mediante un matrimonio de lo más
conveniente. Todos reunidos en el salón, bebiendo té.
Esme began playing the game she often played
with herself at times like this, looking over the room and working out how she
might get round it without touching the floor. She could climb from the sofa to
the low table and, from there, to the fender stool. Along that and then—
She realised her mother was looking
at her, saying something.
´What was that?´Esme said.
Una de las
mejores definiciones que he leído sobre lo que es la inocencia. Aunque la pobre
Esme se está metiendo en graves problemas por su comportamiento.
***
A
continuación, una insólita fotografía que podría demostrar de una vez por todas la
existencia de Dios (al menos en el que creen en Navarra). Ese Dios que nos echa
una mano desde el cielo. Que nos ayuda. O que más bien se sigue ayudando.
Y es tan grande, Padre. Tan
grande que el bofetón duele incluso sin existir.
by George R.