Se trata de
“LA CASA DALLE FINESTRE CHE RIDONO”, de 1976, del director italiano Pupi Avati.
De aquel
ciclo magnífico de cine italiano de género que se pudo ver en aquella Semana,
una de las películas que más me fascinó fue esta. Y la verdad es que, a día de
ayer, no sabía muy bien por qué. Lo único que mi mente podía rescatar del
olvido eran unas vagas secuencias en las que aparece una casa con las ventanas
pintadas, y una habitación en la que se oyen voces grabadas. Poco más. Y como
se acercaba la medianoche, estaba solo en casa, y ya había tenido mi ración de
papilla (“Contaminación”, de Cornel Wilde), me dije a mí mismo: «ahora, o nunca».
No me
interesa mucho escribir sobre esta gran obra en clave de giallo, si es que se trata propiamente de un giallo (que tengo mis dudas).
Pupi Avati
no es un director adscrito al movimiento «In saecula saeculorum, director de películas de terror», como lo pueden ser Darío Argento o
similares. Esto que nos hemos perdido. Pero al menos contamos con la ventaja de
que Avati, quizás por esta razón, se haya tomado más molestias y le haya dado más vueltas en la cabeza a sus argumentos que el Argento
de turno a la hora de rodar cierta historia, sobre todo si ésta se sale de lo
comedio-dramático cotidiano. Como ocurre con el caso que nos ocupa (o "Zeder" (1983), que pienso revisitar también en cuanto acabe esta apología).
No voy a
escribir tampoco sobre la historia que se cuenta, ni tampoco conviene decir
nada sobre su espeluznante final. Pero sí que me interesa destacar una de las líneas argumentales que claramente interesaron a Avati allá por 1976 al
rodar La Casa Dalle Finestre Che Ridono.
Han pasado
36 años aproximadamente. Ahora que experimento, a la vez que escribo, pequeñas ricordanzas mentales del film, también
pienso que hoy en día, a 10 de Febrero de 2013, se puede decir que Avati rodó
un film claramente político. Como tantos otros que se rodaron en esa década
dorada del cine, ha pasado a la historia del cine solamente como una película más de
terror. Y no de las malas. Pero es que hay mucho más.
Escribe el conocido
crítico de cine Roberto Cueto en el libro que se editó en la citada Semana como
complemento al ciclo de películas: “El progresivo
descubrimiento por parte del protagonista de esos cuadros pintados gracias a
modelos moribundos —¿snuff pictures?—, el lento y casi imperceptible
deslizamiento a los infiernos es, en realidad, un regreso a la semilla del
horror de la civilización, al útero donde se incuban terrores primigenios sólo
accesibles por la pulsión creativa y/o sexual”. “Y el
propio filme verbaliza, tanto a través de los imágenes como de los diálogos,
esa idea de la representación artística como vampirización de la experiencia
física palpable”.
Y cosas por
el estilo… Es fácil ver con este ejemplo cómo puede encanecer una crítica de
cine con el paso del tiempo (15 años).
Allá por 1997,
las cosas no debían de estar tan mal como hoy en día, en 2013, con críticas tan (¡ojo!, comprensiblemente) estéticas. Como ya he
adelantado, aunque la película de Avati siga siendo una inteligente película de
terror, bastante más que la mayoría de su época y condiciones, su historia de
la casa de las ventanas sonrientes es una anticipada (y bien completa) tesis
sobre el estado de este país a día de hoy.
Lo ÚNICO
que me interesa es recuperar en público esta gran película, que tiene al menos
dos lecturas; la más literaria, fantástica y estética; y la social, política y
moral. Cada una de ellas es precisa como un bisturí, profunda como una sima,
que trabaja en nuestra mente a diferentes niveles, y se extiende sobre ella
como esos grandes latifundios que existen a lo largo de nuestro país.
Dura 110´. Algunos pensarán que para contar una historia de asesinatos que ocurren en un pueblo como cualquier otro son demasiados minutos. Au contraire. No sobra ni uno. Avati hace un ejercicio magistral de precisión, y no sólo rueda una película de terror de lo más digna, sino que nos ofrece, en un 2x1, un documental (nada falso) sobre el Estado de la Nación, ejemplificado en ese pueblo que el espectador conoce como la palma de su mano en el momento en que es sorprendido por la llegada de los títulos de crédito.
A continuación,
aporto una serie de fotogramas, en los que se describe a la gran mayoría de los
personajes de "La Casa Dalle Finestre Che Ridono"
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