Estoy leyendo, en una terraza al uso, al anochecer, una crítica de cine en la edición sabatina de "El subMundo", cuando mi elegante compañero de piso Klaus me pregunta a ver qué me pasa.
-Nada, aquí hay un idiota que escribe que la última peli de Cronenberg es una obra adelantada a su tiempo. Menuda boñiga. Me pone enfermo.
-Ya, si yo te pregunto porque parece que tienes ahí un bulto.
-¿Eh?
Klaus se refiere a mi ombligo con eso de ahí. ¡Al parecer no sabe lo de las esferas! ¡Ah!, siendo él extranjero, nadie se ha tomado la molestia de explicárselo; todavía. Y lleva ya más de dos meses en nuestro país. ¡Pobre alemán ignorante!
Resulta que los wahcos nacemos con tres bolitas en el ombligo. En los tiempos primigenios en los que Cthulhu todavía babeaba a ras de tierra, quizás todos los humanos nacíamos con ellas. ¿Se fue perdiendo la costumbre? ¿Falta de consenso médico? La cosa es que aquí las mantenemos.
Desde los tres años hasta los diez, los niños nos tocamos más el ombligo que las pelotas, y creo que las niñas hacen algo parecido. A partir de los once, hasta los diecisiete, ganan las pelotas, quedándose las esferas en un segundo término.
Lo que más me cuesta explicarle a Klaus es el hecho de perderlas. Sí. A lo largo de la vida, uno debe ir deshaciéndose de ellas. No hay de qué preocuparse. El cuerpo avisa.
Por ejemplo, se escapó la primera de mis tres esferas cuando mi padre me dejó a solas con su coche. Me puse tan nervioso, y a la vez tan contento. Aquel Seat 124 de repente se convirtió en una especie de Ferrari GTO. Conduje desde la Avenida de la Libertad (creo que se llama ahora así) hasta la playa de Ondarreta a 120 km/h de media, esquivando viejas, carritos de niños, policías municipales, señales de obras, y todo tipo de obstáculo. ¡Ah! era el poder de la esfera. Tu energía se multiplica. Tu visión. Tu manejo de la situación.
La segunda esfera la dejé perderse entre las sábanas en las que también perdí mi virginidad. Creo que si se hiciera una encuesta en condiciones, podríamos asegurar que el 99% de los wahcos pierden alguna de sus bolitas en este importante momento. Más tarde, el 100% de este 99% se arrepiente de este uso, pero se ve que la costumbre está muy extendida.
Evidentemente, me queda una tercera esfera (que hoy está algo hinchada). Hay que aclarar un detalle. Está comprobado que estos pequeños artefactos prestan sus poderes naturales en consonancia con el estado mental que se posee justo antes de ser liberados. Esto es, aquel Seat se convirtió en un Ferrari, porque era lo que yo quería. Aquella primera noche fui el amante perfecto, etc, etc.
Hoy, leyendo "El subMundo" casi se me va de excursión la tercera bola que se me resiste. Y le sigo explicando a Klaus:
- Mira, si se me llega a caer aquí, con esto lleno de gente, y con la mala ostia que tengo, te juro que se arma una marimorena épica. Un contagio masivo de rabia que podría llegar a destruir media ciudad.
- ¿Y por qué no la sueltas de todas maneras? No creo que sea para tanto.
-¿Ah, no? Vas a ver.
Y me arranco yo mismo la bolita, la bola, con facilidad, y en un abrir y cerrar de ojos, se la meto en la boca a Klaus.
Las gentes del Boulevard han podido recordar, en directo, los mejores momentos de Cronenberg. Auf Wiedersehen, Klaus.
by George R.